Sin embargo hay quienes -sin mucho conocimiento de causa- la han acusado de que no ha mostrado para con el teatro el mismo interés, ni la misma apertura didáctico-pastoral. Cada vez que podido lo ha obstaculizado y condenado.
Pero, mirando la historia y el Magisterio de la Iglesia se aprecia que nunca fue contraria al teatro, ni siquiera durante la Querella jansenista de los siglos XVII-XVIII. Es cierto que Bossuet, Tertuliano, San Cipriano, San Basilio, San Juan Crisóstomo teorizaron contra el teatro.
Pero todo tiene su explicación. En los primeros siglos cristianos, una vez que se fue perdiendo la dignidad artística, el teatro se convirtió en un espectáculo sangriento y rebosante en temas de lujuria. Tan era así que tuvieron que intervenir los mismos emperadores con edictos contra la masa popular que idolotraba esos espectáculos.
El dilema no era nada fácil. O se condenaba a todo el teatro o se permitía el que no fuera contra las buenas costumbres. Así nació en la Edad Media el drama religioso medieval, los autos sacramentales de España.
Y, por supuesto, no faltaron en la Iglesia iniciativas para el uso del teatro didáctico-pastoral. Basados en la liturgia, y representados en el interior o exterior de las Iglesias, fue el origen del teatro moderno. De hecho, los oficios dramáticos en Oriente en el siglo VI y en Occidente en los siglos VIII y IX con la Liturgia tuvieron derivaciones teatrales en Italia con los Laudes, Devociones, Representaciones Sagradas, y en Francia con los Misterios, Moralidades y Pasiones.
Un ejemplo claro de esta apertura de la Iglesia respecto al teatro lo constituye el así llamado Teatro jesuita que funcionó durante dos siglos en los colegios de la Compañía y en casi todas las grandes ciudades europeas e incluso en las misiones. Primero tenían un matiz didáctico humanístico y después un fin edificante y pastoral.
El Concilio Vaticano II, en el decreto Inter Mirifica sobre los medios de comunicación social, al hablar del teatro afirma: Cuídese, en fin, de que el noble y antiguo arte escénico, que hoy se propaga ampliamente a través de los instrumentos de comunicación social, trabaje a favor del sentido humano y la ordenación de las costumbres de los espectadores.
La Exhortación pastoral ‘Comunión y Progreso’ (1971) dice: La Iglesia sigue con simpatía y atención el arte escénico, que en sus orígenes estuvo íntimamente ligado a temas religiosos. Este interés antiguo por los problemas del teatro debe animar a los cristianos de hoy para enriquecerse lo mejor posible...
La actividad teatral, en contacto con otros medios de comunicación social, ha dado vida a nuevos géneros de espectáculo con una expresión propia dentro de los multimedia. Estos géneros, nacidos del teatro tradicional, poseen su originalidad y su autonomía expresiva y ofrecen casi una síntesis de cada uno de los medios de comunicación. FS
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