No es que los adultos mayores tengan menos fiebre. Sin embargo, como
naturalmente tienen un cuerpo ‘más frío’, muchas veces el aumento de la
temperatura corporal no se toma como un síntoma de algo más grave en este grupo
etario. Lo que sucede, es que a medida que envejecemos, la temperatura corporal
promedio tiende a bajar. La diferencia puede llegar a ser de 1°C en comparación
con adultos y adolescentes.
En otras palabras: si la persona mayor está normalmente a 36°C y, en un
día determinado pasa a 37,1°C, esto ya puede representar un estado febril,
incluso si el diagnóstico de fiebre solo se da alrededor de los 38°C en los más
jóvenes. Esta
confusión, a su vez, puede dificultar y retrasar el diagnóstico de enfermedades
comunes o más graves a partir de la sexta década de la vida, como infecciones
del tracto urinario y neumonía.
Al contrario de lo que sucede con los niños, la fiebre no debe ser vista
como el síntoma principal entre los adultos mayores, señalan los geriatras
consultados. En
este grupo, malestares como la postración, la dificultad con el equilibrio, la
confusión mental y las caídas frecuentes pueden ser los primeros síntomas de
una enfermedad.
Prestar atención a estos y otros signos, además de controlar la
temperatura de vez en cuando, son formas de hacer la detección temprana de
diversos problemas e iniciar un tratamiento, en caso de ser necesario.
Pero, ¿a qué se debe este cambio de temperatura?
0,15°C
por década
Dos artículos publicados por la Santa Casa de São
Paulo en 2010 profundizaron en este tema. Al analizar cientos de registros, los
investigadores concluyeron que la temperatura promedio de un adulto joven sano
es de 37°C, y este rango normal varía entre 36,3°C y 37,5°C. En los adultos mayores la media es de 36,1°C, con una variación de 0,21°C
para arriba o para abajo. Los estudios también señalan que se produce un
‘descenso de 0,15°C de la temperatura por cada década de vida’.
Causas
del descenso de la temperatura
Pero, ¿qué hay detrás de este enfriamiento natural
del cuerpo? Investigadores explican que hay 3 razones principales para esto.
La primera tiene que ver con los cambios propios del envejecimiento: el
metabolismo se ralentiza, hay menos masa muscular, los vasos sanguíneos se
vuelven más estrechos, el sistema nervioso pierde parte de su capacidad para
retener el calor...
“Tenemos una especie de termostato en el hipotálamo,
una de las regiones del cerebro. Y este controla la temperatura de nuestro
cuerpo”, explicó el geriatra Dr. Marcelo Altona, del Hospital Israelita Albert
Einstein, en São Paulo (Brasil). “A lo
largo del proceso de envejecimiento, este termostato natural puede verse
alterado”, añadió.
El Dr. Marco Túlio Cintra, vicepresidente de la Sociedad Brasileña de
Geriatría y Gerontología, destacó que, muchas veces, el hipotálamo sigue
funcionando correctamente durante el envejecimiento. En estos casos, el
cambio de temperatura implica la simple pérdida de calor hacia el ambiente.
“Los ancianos tienen más dificultad para retener
el calor en el cuerpo, debido a los cambios que se producen en la piel y en las
células grasas”, explicó el médico.
En segundo lugar, este grupo se ve afectado con mayor frecuencia por
enfermedades que afectan la regulación de la temperatura, como la diabetes, los
trastornos neurológicos, la desnutrición y la sarcopenia (pérdida progresiva de
masa muscular). Además,
el uso de algunos medicamentos y la inmovilidad relacionada con problemas de locomoción
también influyen en este proceso.
En tercer lugar, la propia dificultad para medir la temperatura en este
grupo de edad puede llevar a resultados subestimados (cuando el número que
aparece en el termómetro es inferior a la temperatura real). Esto se debe a que las
áreas del cuerpo donde se coloca el termómetro de mercurio cambian con los
años.
En la axila, el exceso de sudor, los pliegues de la piel y la grasa
pueden interferir. Lo mismo ocurre en el oído, si hay una acumulación de cera
en el canal auditivo.
En la boca, la falta de algunos dientes, los problemas de salivación o
la dificultad para mantener estable el termómetro son factores que complican la
situación.
En el ano, última alternativa de la lista, la barrera es la falta de
conveniencia de introducir el termómetro allí.
Una opción son los dispositivos digitales más modernos, que hacen la
medición en la frente, pero son más caros y hay que estar atentos a cambiar la
batería cuando sea necesario.
Confusión
La dificultad para medir la temperatura
correctamente -o la falta de conocimiento sobre cuál es el límite normal de
temperatura en una persona mayor- puede representar una amenaza para la salud. Esto se debe a que un adulto mayor puede tener neumonía u otra
enfermedad grave y, por no tener una temperatura considerada alta, no se somete
a una evaluación médica. Esta confusión retrasa el diagnóstico de
enfermedades que, de ser detectadas a tiempo, tendrían un tratamiento menos
invasivo y más efectivo, como la neumonía y las infecciones urinarias.
“Al contrario de lo que ocurre con los niños, la fiebre
no está entre los principales síntomas de infección en los ancianos. A menudo,
tienen temperatura normal o incluso hipotermia”, advierte Cintra. “El cuidador y el propio anciano deben estar atentos a
otros signos, como la postración, alteraciones en el equilibrio, confusión
mental, caídas frecuentes... En muchos casos de infección urinaria en mayores
de 60 años, el único signo es un aumento de accidentes y las caídas”, dice.
“Si la temperatura media de un anciano es de 35,5°C o
36°C, y tiene 36,9°C o 37°C, ya es señal de que hay que vigilarlo más de cerca”,
apuntó el Dr. Altona.
“En personas muy frágiles o con edades muy avanzadas,
los pequeños cambios en los signos vitales, como la temperatura, la presión
arterial y el ritmo cardíaco, ya requieren de un cuidado mayor”, dijo la
especialista.
Registro
continuo
Una pauta que puede ser útil para algunas personas
consiste en tomar un registro continuo de la temperatura. Si se usa el termómetro una vez cada 15 días, o una vez al mes, se puede
saber cuál es la temperatura saludable promedio y notar cuándo el cuerpo está
más caliente de lo normal. Es decir: si el individuo está siempre a 36°C y, en
un día determinado, aparece con 37,2°C, esto puede representar una señal de
alarma según el caso, aunque no se considere fiebre en otros grupos de edad.
Pero el Dr. Cintra considera que este seguimiento debe estar muy bien
guiado y seguir estrictamente las directrices de un profesional sanitario y del
fabricante del termómetro.
“Tomar la fiebre todo el tiempo puede ser una fuente
innecesaria de estrés”, señaló. “Este hábito es útil en algunos casos, pero no
está indicado para todo el mundo”.
En caso de que se recomiende, estas mediciones regulares de temperatura
siempre deben tomarse en el mismo lugar del cuerpo y, si es posible, con el
mismo dispositivo. BP
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