Todavía es
común ver en la entrada de las iglesias o a la salida de las sacristías, sobre
todo en los templos antiguos, una pila de agua bendita en donde los fieles
mojan un dedo y trazan con él una cruz sobre la frente. Al hacerlo, hasta hace
algunos años, las personas solían decir: “Que esta agua bendita sea para mí
salud y vida”.
Sin embargo,
actualmente es muy fácil desviar una devoción legítima y convertirla en un acto
de superstición o magia que, por supuesto, ofende a Dios. Y es que algunos
fieles acuden a las iglesias en busca de agua bendita en grandes cantidades,
porque creen que es necesario literalmente bañarse en ella para sentirse
bendecidos o purificados, o exigen al sacerdote que les ‘eche bien agua
bendita’ al final de la Misa por considerar que no les cayó la suficiente.
También hay
‘brujos’ que suelen pedir ‘agua bendita de siete iglesias de santos varones’ y
tiene que ser precisamente de templos dedicados a la memoria de algún santo
hombre, y no de alguna santa o de la Virgen María. Esto es brujería pura y
sería digno de risa si no fuera trágico por la gente que se lo cree.
El Catecismo de
la Iglesia Católica enseña que cuando el sacerdote bendice el agua, la
convierte en un ‘sacramental’, o sea ‘en un signo sagrado creado por la Iglesia
imitando de alguna manera a los Sacramentos para expresar efectos sobre todo
espirituales, obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los
hombres se disponen a recibir el efecto principal de los Sacramentos y se
santifican las diversas circunstancias de la vida’.
Por ejemplo, el
uso del agua bendita en la bendición de algún objeto de piedad nos hace
descubrir que lo estamos destinando para acrecentar nuestra devoción cristiana;
la aspersión del agua bendita en algún lugar se acompaña con la oración a favor
de quienes allí habitan o trabajan; la aspersión de otros objetos, como los
instrumentos de trabajo, es también una súplica a Dios para que se puedan
desempeñar correctamente las actividades personales.
Al hablar de
‘agua bendita’, debemos también explicar que la fuente y origen de toda
bendición es Dios mismo, quien hizo bien todas las cosas para colmarlas de sus
bendiciones y seguirlas bendiciendo como un signo de su misericordia.
Dios nos
concede el que podamos bendecir su nombre en la alabanza y, en su mismo nombre,
podamos colmar de bendiciones divinas las realidades de nuestra vida. Con el
rito de la bendición manifestamos la intención de querer utilizar las cosas
creadas para alabar a Dios y poder servir mejor a nuestros semejantes. El uso
correcto del agua bendita es, pues, responsabilidad de todo el pueblo de Dios. AF
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