Marta, la mujer que recibe en su casa
a Jesús
“Entró
Jesús en una aldea y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa”. La
Liturgia escoge esta frase del evangelio según San Lucas como antífona de
entrada de la Misa del día de Santa Marta. Marta aparece como la mujer que
recibe en su casa a Jesús. El Señor acepta su hospitalidad y se alberga en aquella
aldea, llamada Betania.
Si
nosotros profundizamos en esta hospitalidad, vemos que tiene dos niveles. En un
primer nivel, Marta recibe a Jesús en su casa. La vemos en la escena de Betania
“atareada en muchos quehaceres”, seguramente para que todo estuviese bien
dispuesto; para que el Señor se encontrase a gusto entre ellos y no le faltase
de nada.
También
nosotros debemos estar atentos a este primer nivel de hospitalidad. El Señor
viene a nuestros pueblos y acepta hospedarse en nuestras casas. El templo, la
iglesia, es la casa de los cristianos, donde el Señor acepta morar. En los
Sagrarios de nuestras iglesias está Jesucristo realmente presente: “Una
presencia —como explicó muy claramente el Papa Pablo VI— que se llama «real» no
por exclusión, como si las otras formas de presencia no fueran reales, sino por
antonomasia, porque por medio de ella Cristo se hace sustancialmente presente
en la realidad de su cuerpo y de su sangre. Por esto la fe nos pide que, ante
la Eucaristía, seamos conscientes de que estamos ante Cristo mismo” (MND, 16).
¡Cómo
tenemos que afanarnos para que todo esté bien dispuesto para acoger esta
presencia de Cristo! Nuestras iglesias deben estar limpias, ordenadas, bien
arregladas, porque en ellas está el Señor. Los cálices, los copones, el
Sagrario, los lienzos del altar han de estar preparados con el mismo amor y la
misma diligencia con que Marta preparó su casa de Betania para hospedar a
Jesús.
También
los gestos y las actitudes externas han de acompañar esta disposición material
de las cosas del templo. El Papa Juan Pablo II nos ha pedido a todos en este
año eucarístico “fomentar, tanto en la celebración de la Misa como en el culto
eucarístico fuera de ella, la conciencia viva de la presencia real de Cristo,
tratando de testimoniarla con el tono de la voz, con los gestos, los
movimientos y todo el modo de comportarse” (MND,
18). En lo externo se revela lo interno: en el modo de hacer la genuflexión
ante el Sagrario, en nuestro silencio en la iglesia, en el saber arrodillarse
para adorar a Cristo presente en el santísimo Sacramento del altar.
El acto de fe
Pero
hay un segundo nivel de hospitalidad, que no anula el primero, sino que lo
lleva a plenitud. Este segundo nivel aparece ejemplificado, en un primer
momento, por María, la hermana de Marta, pero después también por la misma
Marta.
Sabemos
que Jesús hace un suave reproche a Marta: “Marta, Marta, te preocupas y te
agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María
ha elegido la parte buena, que no le será quitada” (Lc 10, 41-42). ¿Cuál es “la parte buena”, la parte elegida por
María? Es la escucha de la Palabra del Señor. Es decir, acoger a Jesucristo no
es solamente preocuparse porque todo en la iglesia esté en buen estado, sino
también sentarse a sus pies para escuchar su Palabra, para escucharle a Él, que
es la Palabra encarnada, el Logos de Dios, el Hijo de Dios hecho hombre.
Cada
domingo, en cada celebración de la Eucaristía tenemos la ocasión propicia de
acoger al Señor de esta forma: escuchando su Palabra; una Palabra de Verdad, de
Vida, de Salvación.
Pero
no sólo María escuchó la palabra del Señor, la Palabra que engendra la fe, sino
también Marta. Es Marta la que proclama la fe durante el diálogo con Jesús,
cuando se queja ante el Señor por la muerte de su hermano Lázaro: “Yo creo que
tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” (Jn 11, 27). Aquí, en el acto de fe, en
el reconocimiento confiado de Jesús como Salvador e Hijo de Dios, llega a su
máxima expresión la hospitalidad, la acogida de Jesucristo. Creer en el Señor
es recibirlo en la propia casa y en la propia vida, convirtiéndolo a Él en el
centro y el norte de la propia existencia.
Venid a la Eucaristía
En
las oraciones de la Misa del día de Santa Marta pedimos al Señor “ser
recibidos, como premio en su casa del cielo”. La Eucaristía, a la vez que nos
da la fuerza para servir a Cristo en nuestros hermanos, hace realidad esta
recepción nuestra en la casa del cielo, donde Cristo, el Señor, es nuestro
anfitrión. La Santa Misa es prenda de la gloria futura, preludio del Cielo; es
el Cielo en la Tierra. ¿Queréis saber cómo es el Cielo? Venid a la Eucaristía.
Venid a gozar de esta presencia del Señor que es sacrificio agradable al Padre
y banquete de comunión de los hombres con Dios: «¡Oh Sagrado Banquete (o sacrum convivium), en que Cristo es
nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión; el alma se llena de
gracia, y se nos da la prenda de la gloria futura!». GJM
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