No
todos se entusiasmaban con el proyecto de Jesús. En bastantes surgían no pocas
dudas e interrogantes. ¿Era razonable seguirle? ¿No era una locura? Son las
preguntas de aquellos galileos y de todos los que se encuentran con Jesús en un
nivel un poco profundo.
Jesús
contó dos pequeñas parábolas para «seducir» a quienes permanecían indiferentes.
Quería sembrar, en todos, un interrogante decisivo: ¿no habrá en la vida un
«secreto» que todavía no hemos descubierto?
Todos
entendieron la parábola de aquel labrador pobre que, mientras cavaba en una
tierra que no era suya, encontró un tesoro escondido en alguna tinaja. No se lo
pensó dos veces. Era la ocasión de su vida. No la podía desaprovechar. Vendió
todo lo que tenía y, lleno de alegría, se hizo con el tesoro.
Lo
mismo hizo un rico comerciante de perlas cuando descubrió una de valor
incalculable. Nunca había visto algo semejante. Vendió todo lo que poseía y se
hizo con la perla.
Las
palabras de Jesús eran seductoras. ¿Será Dios así? ¿Será esto encontrarse con
él? ¿Descubrir un «tesoro» más bello y atractivo, más sólido y verdadero que
todo lo que nosotros estamos viviendo y disfrutando?
Jesús
está comunicando su experiencia de Dios: lo que ha transformado por entero su
vida. ¿Tendrá razón? ¿Será esto seguirle? ¿Encontrar lo esencial, tener la
inmensa fortuna de hallar lo que el ser humano está anhelando desde siempre?
Entre
nosotros, mucha gente está abandonando la religión sin haber saboreado a Dios.
Les entiendo. Yo haría lo mismo. Si una persona no ha descubierto un poco la
experiencia de Dios que vivía Jesús, la religión es un aburrimiento. No merece
la pena.
Lo
triste es encontrar a tantos cristianos cuyas vidas no están marcadas por la
alegría, el asombro o la sorpresa de Dios. No lo han estado nunca. Viven
encerrados en su religión, sin haber encontrado ningún «tesoro». Entre los
seguidores de Jesús, cuidar la vida interior no es una cosa más. Es
imprescindible para vivir abiertos a la sorpresa de Dios. JAP
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