La
pregunta de Jesús: «¿Quién decís que soy yo?», sigue pidiendo todavía una
respuesta a los creyentes de nuestro tiempo. No todos tenemos la misma imagen
de Jesús. Y esto no solo por el carácter inagotable de su personalidad, sino,
sobre todo, porque cada uno vamos elaborando nuestra imagen de Jesús a partir
de nuestros intereses y preocupaciones, condicionados por nuestra psicología
personal y el medio social al que pertenecemos, y marcados por la formación
religiosa que hemos recibido.
Y,
sin embargo, la imagen de Cristo que podamos tener cada uno tiene importancia
decisiva para nuestra vida, pues condiciona nuestra manera de entender y vivir
la fe. Una imagen empobrecida, unilateral, parcial o falsa de Jesús nos
conducirá a una vivencia empobrecida, unilateral, parcial o falsa de la fe. De
ahí la importancia de evitar posibles deformaciones de nuestra visión de Jesús
y de purificar nuestra adhesión a él.
Por
otra parte, es pura ilusión pensar que uno cree en Jesucristo porque «cree» en
un dogma o porque está dispuesto a creer «en lo que la santa Madre Iglesia
cree». En realidad, cada creyente cree en lo que cree él, es decir, en lo que
personalmente va descubriendo en su seguimiento a Jesucristo, aunque,
naturalmente, lo haga dentro de la comunidad cristiana.
Por
desgracia, son bastantes los cristianos que entienden y viven su religión de
tal manera que, probablemente, nunca podrán tener una experiencia un poco viva
de lo que es encontrarse personalmente con Cristo.
Ya
en una época muy temprana de su vida se han hecho una idea infantil de Jesús,
cuando quizá no se habían planteado todavía con suficiente lucidez las
cuestiones y preguntas a las que Cristo puede responder.
Más
tarde ya no han vuelto a repensar su fe en Jesucristo, bien porque la
consideran algo trivial y sin importancia alguna para sus vidas, bien porque no
se atreven a examinarla con seriedad y rigor, bien porque se contentan con
conservarla de manera indiferente y apática, sin eco alguno en su ser.
Desgraciadamente
no sospechan lo que Jesús podría ser para ellos. Marcel Légaut escribía esta
frase dura, pero quizá muy real: «Esos cristianos ignoran quién es Jesús y
están condenados por su misma religión a no descubrirlo jamás». JAP
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