En la víspera de su Pasión, Jesús pide la gloria, un concepto que parece
contradictorio ante el inminente sufrimiento. Pero esta gloria no es una
exaltación mundana; es la revelación divina, la presencia de Dios entre
nosotros. En la cruz, Jesús se convierte en la manifestación definitiva de esta
gloria, mostrando que el amor de Dios es la verdadera fuerza salvadora.
La crucifixión de Jesús retira el último velo, revelando la gloria de
Dios en su forma más pura: un amor incondicional y desbordante. Este amor, que
trasciende todo entendimiento humano, nos invita a mirar más allá de nuestras
concepciones limitadas de Dios como un ser distante o un juez severo.
Gloria en
la humildad. La Pascua es un recordatorio de que Dios
cierra las distancias, se revela en la humildad y busca nuestro amor. Al vivir
con amor y dedicación, reflejamos la gloria de Dios, una gloria que no busca
aplausos sino la auténtica conexión con el otro.
La gloria de Dios es paradójica: no busca el reconocimiento sino que
pone al otro en el centro. En la Pascua, vemos este intercambio de
glorificación entre el Padre y el Hijo, un modelo de amor y sacrificio mutuo
que nos desafía a reflexionar sobre la naturaleza de la gloria que perseguimos.
La
oración en Getsemaní. En
el huerto de Getsemaní, Jesús experimenta miedo y angustia, pero aún así se
dirige al Padre con intimidad y confianza. Su ejemplo nos enseña a abrazar al
Padre en nuestros momentos de prueba, encontrando en la oración la fuerza para
perseverar.
A menudo, frente a la adversidad, optamos por la soledad en lugar de
buscar consuelo en la oración. Jesús, en cambio, se entrega completamente al
Padre, incluso en la desolación, mostrándonos que la oración es un camino de
relación y confianza.
El
Getsemaní personal. Cada
uno de nosotros enfrenta su propio Getsemaní, momentos de dolor y lucha.
Recordemos la oración de Jesús, “Padre”, como un llamado a confiar en la
voluntad divina y encontrar en ella nuestro verdadero bien.
Incluso en el punto más álgido de su sufrimiento, Jesús ora por sus
verdugos, ofreciendo perdón. Este acto supremo de amor y donación rompe el
ciclo del mal y nos muestra la profundidad del amor redentor de Dios.
El amor
que da vida. La gloria de Dios se manifiesta en el amor
que da vida, un amor que se opone a la gloria mundana centrada en el ego. Al
vivir y actuar con amor, damos gloria a Dios y traemos vida al mundo.
Este Viernes Santo, reflexionemos sobre la gloria que buscamos. ¿Es una
gloria centrada en nosotros mismos o en el amor y el sacrificio por los demás?
Que nuestras acciones reflejen la gloria del amor de Dios, y que en cada acto
de bondad y compasión, demos vida a la esperanza y la renovación. Cn
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