sábado, 15 de noviembre de 2025

Día litúrgico: Domingo XXXIII (C) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 21,5-19): En aquel tiempo, como dijeran algunos, acerca del Templo, que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, Él dijo: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida».
Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?». Él dijo: «Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: ‘Yo soy’ y ‘el tiempo está cerca’. No les sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato».
Entonces les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo. Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».
 
Comentario del Evangelio
 
Hoy, como en otros días de noviembre, la Iglesia nos reproduce el discurso de Jesucristo sobre el acabamiento de los tiempos. Ahí se solapan descripciones sobre el final del Templo de Jerusalén y el final del tiempo de este mundo. Lo de Jerusalén ocurrió exactamente como predijo Jesús: en el año 70 las tropas romanas no dejaron «piedra sobre piedra». Ese ‘primer final’ es una imagen del otro ‘final’.
—Todo ello no debe ser causa de inquietud, sino de esperanza. El poder de Dios lo renovará todo. Mientras, «no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

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