No sabemos a veces ni cómo sobreviene, pero hay momentos en que el
hombre se cansa de casi todo. Se cansa de las ocupaciones que llenan su vida y
de las personas que le rodean. Se cansa de luchar, de vivir, de ser bueno.
No es fácil siempre precisar en qué consiste este cansancio y cuáles son
sus raíces; por qué a los días de gozo y plenitud suceden esos días grises en
que todo parece eclipsarse; por qué hay momentos en que todo se nos hace más
duro y pesado.
Antes que nada, hemos de recordar que el cansancio es algo propio de la
condición humana. El esfuerzo desgasta nuestro cuerpo y nuestro espíritu. No
hay otra forma de vivir. Este cansancio lo hemos de aceptar como “compañero de
nuestro camino”.
Pero hay otros cansancios negativos y destructores que tienen su raíz
más honda en un estilo equivocado de vivir. Así, quien vive cogido por el
activismo y la ocupación permanente, sin alimentarse nunca por dentro, tarde o
temprano cae en un cansancio inevitable.
No hemos de olvidar, por otra parte, que la incoherencia interior, el
engaño permanente o el vivir sin satisfacer las verdaderas aspiraciones del ser
humano, llega a engendrar en la persona hastío y decepción.
El cansancio puede invadir entonces las zonas más profundas de nuestro
ser vaciando nuestra vida de toda ilusión creadora, apagando el amor en la
pareja o debilitando de raíz la misma fe religiosa.
¿Qué hacer para no dejarnos arrastrar por el desaliento y la pereza
total? ¿Dónde encontrar fuerzas y recursos para liberarnos de ese cansancio que
puede arruinar nuestra vida entera?
Es necesario, sin duda, adoptar una actitud de sano realismo y de
paciencia para aceptar nuestras limitaciones y desgastes sin ceder al
desaliento. Es importante también no caer en el aislamiento sino saber pedir
una mano a quien nos puede aliviar y estimular de nuevo.
Pero, cuando el cansancio ha tocado nuestras raíces, es necesario antes
que nada, una renovación de nuestro espíritu, una transformación interior.
Según el Bautista, lo propio de Cristo es precisamente su capacidad para
“bautizar con Espíritu Santo” es decir, con ese Espíritu creador de Dios
que puede despertar nuestras almas cansadas, liberarnos del pecado convertido
en costumbre y comunicarnos nueva vitalidad.
Por eso, tal vez, la oración más apropiada en las horas bajas del
cansancio sea esa invocación humilde y confiada: “Ven Espíritu Santo e infunde
en mí la fuerza de tu amor”. JAP
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