He notado que Jesús te habla de muchas formas. A veces en el silencio de un retiro
espiritual. Otras veces, a través de la
creación, con la belleza que te rodea.
En ocasiones es como un cosquilleo en el alma, una
necesidad imperiosa de seguirle. Te llenas de un entusiasmo como nunca
sentiste, una alegría que te inunda. Es Jesús que pasa y te ha tocado el
corazón.
Tengo amigos que han visto de frente a Jesús, en un
pobre que les dice: “Ten piedad de mí”. Y se llenan como de una ternura.
Experimentan la presencia de Jesús, en medio.
Casi siempre, su presencia, su llamado, van acompañados
de una ola de ternura. Porque él es todo ternura. Jesús, siempre está cercano, pidiéndote que lo ayudes,
que seas sus manos y pies, su boca, sus ojos, su ternura.
Hoy, por ejemplo, me encontraba en un evento de la
Iglesia, en un gimnasio, donde tenía expuestos mis libros. Duró todo el día. Por la tarde hubo confesiones, exposición del
Santísimo y terminó con la santa misa. Concelebraban
varios sacerdotes, que repartirían la comunión, para poder llegar a todos en
aquél lugar.
En un momento de la Eucaristía, me encontraba
distraído, de pronto sentí esta dulce voz que me decía:
“Claudio, aquí estoy”. Y experimenté el abrazo más tierno que jamás haya
sentido. Una ternura infinita que se desbordaba en mi alma. Levanté la mirada sorprendido y vi a un sacerdote que
en ese momento caminaba frente a mí. Iba
rodeado de monaguillos. Llevaba, con gran solemnidad, un copón, repleto de
hostias consagradas. Quedé impactado.
Era Jesús, que pasaba y nos llamaba. Sólo atiné a decirle: ¡Qué bueno eres, Jesús! CdeC
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