El 25 de enero, se
hace memoria de la “Conversión de san Pablo” (...) En el caso de Pablo, algunos
prefieren no utilizar el término conversión, porque -dicen- él ya era creyente,
es más hebreo ferviente y por ello no pasó de la no-fe a la fe, de los ídolos a
Dios, ni tuvo que abandonar la fe hebrea para adherirse a Cristo. En realidad,
la experiencia del Apóstol puede ser el modelo de toda auténtica conversión
cristiana.
La de Pablo maduró en
el encuentro con el Cristo resucitado; fue este encuentro el que le cambió
radicalmente la existencia. En el camino de Damasco sucedió para él lo que
Jesús pide en el Evangelio de hoy: Saulo se convirtió porque, gracias a la luz
divina, “creyó en el Evangelio”. En esto consiste su conversión y la nuestra:
en creer en Jesús muerto y resucitado y en abrirse a la iluminación de su gracia
divina.
En aquel momento,
Saulo comprendió que su salvación no dependía de las obras buenas realizadas
según la ley, sino del hecho que Jesús había muerto también por él -el
perseguidor- y que estaba, y está, resucitado. Esta verdad, que gracias al Bautismo
ilumina la existencia de cada cristiano, alumbra completamente nuestro modo de
vivir.
Convertirse significa,
también para cada uno de nosotros, creer que Jesús “se ha entregado a sí mismo
por mí”, muriendo en la cruz (Gal 2,20) y, resucitado, vive conmigo y en mí.
Confiándome al poder de su perdón, dejándome tomar la mano por Él, puedo salir
de las arenas movedizas del orgullo y del pecado, de la mentira y de la
tristeza, del egoísmo y de toda falsa seguridad, para conocer y vivir la
riqueza de su amor.
Queridos amigos, la
invitación a la conversión, valorada por el testimonio de san Pablo, resuena
hoy (...) El Apóstol nos indica la actitud espiritual adecuada para poder
progresar en el camino de la comunión. “Ciertamente no he llegado a la meta
-escribe a los Filipenses -, no he llegado a la perfección; pero me esfuerzo en
correr para alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús” (Fil
3,12).
Ciertamente, nosotros
los cristianos no hemos conseguido llegar aún a la meta de la unidad plena,
pero si nos dejamos continuamente convertir por el Señor Jesús, llegaremos
seguramente.
La Virgen María,
Madre de la Iglesia una y santa, nos obtenga el don de una conversión
verdadera, para que cuanto antes se realice el anhelo de Cristo: “Ut unum sint”.
Fragmento de las
palabras de SS Benedicto XVI durante el Ángelus, en la Fiesta de la Conversión
de San Pablo 25 enero 2009.
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