El episodio es sorprendente y sobrecogedor. Todo ocurre en la «sinagoga»,
el lugar donde se enseña oficialmente la Ley, tal como es interpretada por los
maestros autorizados. Sucede en «sábado», el día en que los judíos
observantes se reúnen para escuchar el comentario de sus dirigentes. Es en este
marco donde Jesús comienza por vez primera a «enseñar».
Nada se dice del contenido de sus palabras. No es eso lo que aquí
interesa, sino el impacto que produce su intervención. Jesús provoca asombro y
admiración. La gente capta en él algo especial que no encuentra en sus maestros
religiosos: Jesús «no enseña como los escribas, sino con autoridad».
Los letrados enseñan en nombre de la institución. Se atienen a las
tradiciones. Citan una y otra vez a maestros ilustres del pasado. Su autoridad
proviene de su función de interpretar oficialmente la Ley. La autoridad de
Jesús es diferente. No viene de la institución. No se basa en la tradición.
Tiene otra fuente. Está lleno del Espíritu vivificador de Dios.
Lo van a poder comprobar enseguida. De forma inesperada, un poseído
interrumpe a gritos su enseñanza. No la puede soportar. Está aterrorizado: «¿Has
venido a acabar con nosotros?» Aquel hombre se sentía bien al escuchar la
enseñanza de los escribas. ¿Por qué se siente ahora amenazado?
Jesús no viene a destruir a nadie. Precisamente su «autoridad» está en
dar vida a las personas. Su enseñanza humaniza y libera de esclavitudes. Sus
palabras invitan a confiar en Dios. Su mensaje es la mejor noticia que puede
escuchar aquel hombre atormentado interiormente. Cuando Jesús lo cura, la gente
exclama: «este enseñar con autoridad es nuevo».
Los sondeos indican que la palabra de la Iglesia está perdiendo
autoridad y credibilidad. No basta hablar de manera autoritaria para anunciar
la Buena Noticia de Dios. No es suficiente transmitir correctamente la
tradición para abrir los corazones a la alegría de la fe. Lo que necesitamos
urgentemente es un «enseñar nuevo».
No somos «escribas», sino discípulos de Jesús. Hemos de comunicar su
mensaje, no nuestras tradiciones. Hemos de enseñar curando la vida, no
adoctrinando las mentes. Hemos de anunciar su Espíritu, no nuestras teologías. JAP
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