Día litúrgico: Viernes III (B) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mc 4,26-34): En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «El Reino de Dios es como
un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de
día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí
misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y
cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la
siega».
Decía también: «¿Con qué compararemos el Reino de
Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando
se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en
la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas
y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra». Y les
anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle;
no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba
todo en privado.
«El Reino de Dios es como un hombre
que echa el grano
(...y) la tierra da el fruto por sí
misma»
Comentario: Rev. D. Jordi PASCUAL i
Bancells (Salt, Girona, España)
Hoy Jesús habla a la
gente de una experiencia muy cercana a sus vidas: «Un hombre echa el grano en
la tierra (...); el grano brota y crece (...). La tierra da el fruto por sí
misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga» (Mc
4,26-28). Con estas palabras se refiere al Reino de Dios, que consiste en «la
santidad y la gracia, la Verdad y la Vida, la justicia, el amor y la paz»
(Prefacio de la Solemnidad de Cristo Rey), que Jesucristo nos ha venido a
traer. Este Reino ha de ser una realidad, en primer lugar, dentro de cada uno
de nosotros; después en nuestro mundo.
En el alma de cada
cristiano, Jesús ha sembrado —por el Bautismo— la gracia, la santidad, la
Verdad... Hemos de hacer crecer esta semilla para que fructifique en multitud
de buenas obras: de servicio y caridad, de amabilidad y generosidad, de
sacrificio para cumplir bien nuestro deber de cada instante y para hacer
felices a los que nos rodean, de oración constante, de perdón y comprensión, de
esfuerzo por conseguir crecer en virtudes, de alegría...
Así, este Reino de
Dios —que comienza dentro de cada uno— se extenderá a nuestra familia, a
nuestro pueblo, a nuestra sociedad, a nuestro mundo. Porque quien vive así,
«¿qué hace sino preparar el camino del Señor (...), a fin de que penetre en él
la fuerza de la gracia, que le ilumine la luz de la verdad, que haga rectos los
caminos que conducen a Dios?» (San Gregorio Magno).
La semilla comienza
pequeña, como «un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más
pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez
sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas» (Mc 4,31-32). Pero la
fuerza de Dios se difunde y crece con un vigor sorprendente. Como en los
primeros tiempos del cristianismo, Jesús nos pide hoy que difundamos su Reino
por todo el mundo.
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