Día litúrgico: Domingo III (B) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mc 1,14-20): Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y
proclamaba la Buena Nueva de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios
está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva». Bordeando el mar de Galilea,
vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues
eran pescadores. Jesús les dijo: «Venid conmigo, y os haré llegar a ser
pescadores de hombres». Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando
un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan;
estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y
ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras
Él.
«Convertíos y creed en la Buena
Nueva»
Comentario: + Rev. D. Lluís ROQUÉ i
Roqué (Manresa, Barcelona, España)
Hoy, la Iglesia nos
invita a convertirnos y, con Jesús, nos dice: «Convertíos y creed en la Buena
Nueva» (Mc 1,15). Por tanto, habrá que hacer caso a Jesucristo, corrigiendo y
mejorando lo que sea necesario.
Toda acción humana
conecta con el designio eterno de Dios sobre nosotros y con la vocación a
escuchar a Jesús, seguirlo en todo y para todo, y proclamarlo tal como lo
hicieron los primeros discípulos, tal como lo han hecho y procuramos hacerlo
millones de personas.
Ahora es la
oportunidad de encontrar a Dios en Jesucristo; ahora es el momento de nuestra
vida que empalma con la eternidad feliz o desgraciada; ahora es el tiempo que
Dios nos proporciona para encontrarnos con Él, vivir como hijos suyos y hacer
que los acontecimientos cotidianos tengan la carga divina que Jesucristo —con
su vida en el tiempo— les ha impreso.
¡No podemos dejar
perder la oportunidad presente!: esta vida más o menos larga en el tiempo, pero
siempre corta, pues «la apariencia de este mundo pasa» (1Cor 7,31). Después,
una eternidad con Dios y con sus fieles en vida y felicidad plenas, o lejos de
Dios —con los infieles— en vida e infelicidad totales.
Así, pues, las horas,
los días, los meses y los años, no son para malgastarlos, ni para aposentarse y
pasarlos sin pena ni gloria con un estéril “ir tirando”. Son para vivir —aquí y
ahora— lo que Jesús ha proclamado en el Evangelio salvador: vivir en Dios,
amándolo todo y a todos. Y, así, los que han amado —María, Madre de Dios y
Madre nuestra; los santos; los que han sido fieles hasta el fin de la vida
terrenal— han podido escuchar: «Muy bien, siervo bueno y fiel (...): entra en
la alegría de tu señor» (Mt 25,23).
¡Convirtámonos! ¡Vale
la pena!: amaremos, y seremos felices desde ahora.
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