No podemos resignarnos a vivir en la rutina y la mediocridad, diciendo: “siempre fue así”. Debemos dejarnos invadir por la novedad del Espíritu Santo que desborda de amor, sabiduría y esperanza.
Juan, la voz de Cristo la eterna Palabra, nos recuerda que el Señor está en medio de nosotros. Él es la causa de nuestra alegría. La liberación de nuestra soberbia, mezquindad y envidia; la victoria sobre la enfermedad, el mal y la muerte, que nos aturde y entristece.
Dios, compasivo y misericordioso, nos ama desde toda la eternidad. El es la fuente de nuestra alegría. Como nos recuerda el Papa Francisco: “Hoy se necesita valentía para hablar de alegría, ¡se necesita sobre todo fe! El mundo se ve acosado por muchos problemas, el futuro gravado por incógnitas y temores. Y sin embargo el cristiano es una persona alegre, y su alegría no es superficial o efímera, sino profunda y estable, porque es un don del Señor que llena la vida… con su ternura, su misericordia, su perdón y su amor”. GIP
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