Texto del Evangelio (Mt 13,10-17): En aquel tiempo, acercándose los discípulos
dijeron a Jesús: «¿Por qué les hablas en parábolas?». Él les respondió: «Es que
a vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero
a ellos no. Porque a quien tiene se le dará y le sobrará; pero a quien no
tiene, aun lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque
viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. En ellos se cumple la profecía de
Isaías: ‘Oír, oiréis, pero no entenderéis, mirar, miraréis, pero no veréis.
Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y
sus ojos han cerrado; no sea que vean con sus ojos, con sus oídos oigan, con su
corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane’.
»¡Pero
dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Pues os
aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no
lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».
«¡... dichosos vuestros
ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen!»
Comentario: Rev. D. Manel MALLOL
Pratginestós (Terrassa, Barcelona, España)
Hoy, recordamos la ‘alabanza’
dirigida por Jesús a quienes se agrupaban junto a Él: «¡dichosos vuestros ojos,
porque ven, y vuestros oídos, porque oyen!» (Mt
13,16). Y nos preguntamos: ¿Van dirigidas también a nosotros estas palabras
de Jesús, o son únicamente para quienes lo vieron y escucharon directamente?
Parece que los dichosos son ellos, pues tuvieron la suerte de convivir con
Jesús, de permanecer física y sensiblemente a su lado. Mientras que nosotros
nos contaríamos más bien entre los justos y profetas -¡sin ser justos ni
profetas!- que habríamos querido ver y oír.
No olvidemos, sin embargo, que
el Señor se refiere a los justos y profetas anteriores a su venida, a su revelación:
«Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis,
pero no lo vieron» (Mt 13,17). Con Él
llega la plenitud de los tiempos, y nosotros estamos en esta plenitud, estamos
ya en el tiempo de Cristo, en el tiempo de la salvación. Es verdad que no hemos
visto a Jesús con nuestros ojos, pero sí le hemos conocido y le conocemos. Y no
hemos escuchado su voz con nuestros oídos, pero sí que hemos escuchado y
escuchamos sus palabras. El conocimiento que la fe nos da, aunque no es sensible,
es un auténtico conocimiento, nos pone en contacto con la verdad y, por eso,
nos da la felicidad y la alegría.
Agradezcamos nuestra fe
cristiana, estemos contentos de ella. Intentemos que nuestro trato con Jesús
sea cercano y no lejano, tal como le trataban aquellos discípulos que estaban
junto a Él, que le vieron y oyeron. No miremos a Jesús yendo del presente al
pasado, sino del presente al presente, estemos realmente en su tiempo, un
tiempo que no acaba. La oración -hablar con Dios- y la Eucaristía - recibirle-
nos aseguran esta proximidad con Él y nos hacen realmente dichosos al mirarlo
con ojos y oídos de fe. «Recibe, pues, la imagen de Dios que perdiste por tus
malas obras» (San Agustín).
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