Creo que no hay nada más tierno que observar a los bebés
cuando están en brazos de sus padres, son tan dulces e indefensos que dan ganas
de protegerlos de todo lo que en el mundo pudiera amenazarlos. Al menos, ese
debería ser el pensamiento de todos los que somos mayores y nos valemos por
nosotros mismos, pues por los medios de comunicación últimamente nos hemos
enterado de hechos espeluznantes en los que los menores sufren maltratos
indecibles a manos de quienes les han dado la vida, cuyo tema tendríamos que
abordar aparte, sin embargo, estoy segura de que entraña un profundo
sentimiento de rechazo y dolor no superados en su infancia.
Por eso, al ver un niño pequeño, no podemos evitar una
sensación de ternura, pues se trata de un ser humano que despierta a la vida y
está ávido de descubrir lo que le rodea, desde sus padres y hermanos, que a
diario ve y con quienes aprende a comportarse en la sociedad, hasta los
animales y objetos que se presentan en sus experiencias diarias, por eso va
desarrollando sus habilidades a la par que fortalece su cuerpo, que crece
gracias a los cuidados y alimentos que recibe de su madre, padre o quien se
hace cargo de él.
Dicen los psicólogos que es muy importante que el niño reciba
una educación integral o como dirían los educadores modernos, que reciba una
educación ‘holística’, es decir, que al mismo tiempo que aprende a caminar y a
hablar, reciba atención física, psicológica y espiritual, por mencionar los
campos más importantes. Los niños entienden de acuerdo a su edad, que son parte
de una familia, que sus padres son las personas que proveen lo necesario en el
hogar, si es que vive con los dos, que él mismo tiene un lugar y desempeña un
papel en la dinámica familiar y capta cuando hay problemas o existe alguna
situación que rompe con esa armonía.
Por eso no podemos pretender que con dar de comer al niño y
vestirlo es suficiente. Tampoco estancarnos en lo que han hecho las
recientes generaciones, llenando a sus hijos de cosas materiales, que de ningún
modo los han hecho felices, al contrario, los niños que tiene abundancia de
objetos se sienten solos y olvidados, porque les falta lo principal: la
presencia de sus padres.
Es en este punto donde quiero hacer hincapié: los jóvenes,
adolescentes y niños de la actualidad tienen hambre de afecto. Es verdad
que sus padres se esmeran por darles lo mejor, o por lo menos, eso es lo que
piensa una gran cantidad de padres y madres jóvenes, que trabajando en exceso
para comprarle a sus hijos todo lo que les pidan, tendrán suficiente. Definitivamente
eso no es verdad. Lo que realmente importa es la convivencia con ellos, que
platiquen, convivan, se diviertan juntos. Que los corrijan y muestren el camino
del bien, que estén atentos a sus necesidades espirituales y afectivas, a sus
cambios corporales y emocionales pero sobre todo, que les den amor.
Claro es que el amor se demuestra con obras pero también con
cercanía. Un abrazo, un beso, un ‘te amo’ dicho en cualquier momento del día
hará a los niños crecer seguros de sí mismos, sabedores de que tienen a sus
padres con ellos y que cuentan con su apoyo y amor incondicional.
Y no se trata de consentirlos dándoles todo, sin esfuerzo de
su parte, sino de hacerlos sentir amados, respetados y únicos, apoyados en todo
momento de su vida, haciéndoles entender que existe lo bueno y lo malo para que
con el ejemplo y ayuda de sus padres decidan escoger lo bueno. Esta vida
es breve y puede cambiar de un momento a otro. Que sea el cariño lo que perdure
en nuestras relaciones familiares, nunca estará de más demostrar el amor a
nuestros seres queridos, recordemos que ahora estamos aquí pero mañana, quién
sabe. No seamos tacaños para abrazar y besar a nuestra familia, porque con ello
estaremos fomentando la cordialidad en el trato con los nuestros. Y con
los extraños, con comenzar saludando estaremos marcando la diferencia. Una
actitud positiva siempre será contagiosa y se agradecerá en el alma.
Hagamos de nuestra casa un hogar acogedor, saludando a los
otros miembros, despidiéndose con un abrazo y un beso, diciéndose cuánto se
aman para que cuando llegue el momento de la despedida definitiva, no quede nada
pendiente por decir o hacer. Disfrutemos de la compañía de nuestros seres
queridos, que Dios nos ha regalado para ser familia de sangre. MMJ
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