El elogio del Martirologio Romano resume muy bien lo que sabemos de él: que se distinguió por su santidad y por su celo en defensa de la fe católica. De ello nos habla Sozómeno en su Historia Eclesiástica, escrita menos de cien años más tarde. Allí nos cuenta que el emperador Valente, activo propagador del arrianismo, reunió al pueblo en la catedral de Tomis para instarlos a abandonar la fe de Nicea, y adoptar el arrianismo. Bretanión se opuso con tal fuerza, que el emperador decidió desterrarlo; pero el pueblo defendió a su obispo y la ortodoxia de la fe con tal firmeza, que Valente, temiendo una revuelta en las fronteras del imperio, siempre amenazadas por el peligro bárbaro, repuso a Bretanión en su sede, y desistió de intentar de esa forma la conversión del imperio al arrianismo.
Su sucesor fue el obispo Geroncio, cuya firma está ya en el Concilio de Constantinopla del 381. No es posible saber si Bretanión había muerto ya para esa fecha, ya que el Card. Baronio consideró que murió en el 371 (y así estaba inscripto en el primer Martirologio Romano), pero de escritos de Gregorio Nacianceno se puede desprender que murió en el 381. No hay ninguna tradición en torno a sus reliquias, y la fecha elegida para celebrarlo más bien parece ser arbitraria.
Se dice que la carta que enviaron los fieles de Escitia a la Iglesia de Capadocia con la «Passio» de san Sabas el Godo, y que se atribuye al presbítero Ulfitas, fue escrita por san Bretanión.
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