Se embarcó para Italia, y durante el viaje convierte a la tripulación, y aplaca con su oración una violenta tempestad. Tocó tierra en Numana, cerca de Ancona, y se dirigió a Roma, donde reanudó su predicación, pero fue encarcelado. El papa le hizo poner en libertad, lo consagró obispo y lo envió a gobernar la diócesis de Cingoli, que había quedado vacante. Fue recibido con aclamaciones, y agradeció el recibimiento con sus virtudes y su celo pastoral. Después de quince años de episcopado fructífero, acompañado por numerosos milagros, sintiendo cerca la muerte indicó el lugar donde quería ser enterrado, fuera de la ciudad, y allí se hicieron solemnes funerales.
Estos datos biográficos son inciertos y se basan en gran medida en hipótesis y tradiciones que no son contrastables, pero el culto brindado al santo en su ciudad es muy antiguo, y muy valiosas las obras de arte realizadas en su honor. En los estatutos municipales de 1307 se invoca a san Exuperancio como «jefe y guía del pueblo de Cingoli», y en las de 1325 la iglesia dedicada a él se colocó bajo la protección del Ayuntamiento.
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