Texto del Evangelio (Mt 3,13-17): En aquel tiempo, Jesús vino de Galilea al Jordán
donde estaba Juan, para ser bautizado por él. Pero Juan trataba de impedírselo
diciendo: «Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?».
Jesús le respondió: «Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda
justicia». Entonces le dejó. Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto
se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma
y venía sobre Él. Y una voz que salía de los cielos decía: «Éste es mi Hijo amado,
en quien me complazco».
«Jesús vino de Galilea
al Jordán donde estaba Juan, para ser bautizado»
Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i
Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Hoy contemplamos al Mesías —el
Ungido— en el Jordán «para ser bautizado» (Mt
3,13) por Juan. Y vemos a Jesucristo como señalado por la presencia en
forma visible del Espíritu Santo y, en forma audible, del Padre, el cual
declara de Jesús: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco» (Mt 3,17). He aquí un motivo maravilloso
y, a la vez, motivador para vivir una vida: ser sujeto y objeto de la
complacencia del Padre celestial. ¡Complacer al Padre!
De alguna manera ya lo pedimos
en la oración colecta de la misa de hoy: «Dios todopoderoso y eterno (...),
concede a tus hijos adoptivos, nacidos del agua y del Espíritu Santo, llevar
siempre una vida que te sea grata». Dios, que es Padre infinitamente bueno,
siempre nos ‘quiere bien’. Pero, ¿ya se lo permitimos?; ¿somos dignos de esta
benevolencia divina?; ¿correspondemos a esta benevolencia?
Para ser dignos de la
benevolencia y complacencia divina, Cristo ha otorgado a las aguas fuerza
regeneradora y purificadora, de tal manera que cuando somos bautizados
empezamos a ser verdaderamente hijos de Dios. «Quizá habrá alguien que
pregunte: ‘¿Por qué quiso bautizarse, si era santo?’. ¡Escúchame! Cristo se
bautiza no para que las aguas lo santifiquen, sino para santificarlas Él» (San Máximo de Turín).
Todo esto —inmerecidamente— nos
sitúa como en un plano de connaturalidad con la divinidad. Pero no nos basta a
nosotros con esta primera regeneración: necesitamos revivir de alguna manera el
Bautismo por medio de una especie de continuo ‘segundo bautismo’, que es la
conversión. Paralelamente al primer Misterio de la Luz del Rosario —el Bautismo
del Señor en el Jordán— nos conviene contemplar el ejemplo de María en el
cuarto de los Misterios de Gozo: la Purificación. Ella, Inmaculada, virgen
pura, no tiene inconveniente en someterse al proceso de purificación. Nosotros
le imploramos la sencillez, la sinceridad y la humildad que nos permitirán
vivir de manera constante nuestra purificación a modo de ‘segundo bautismo’.
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