La
falta de esperanza está generando entre nosotros cambios profundos que no
siempre sabemos captar. Casi sin darnos cuenta van desapareciendo del horizonte
políticas orientadas hacia una vida más humana. Cada vez se habla menos de
programas de liberación o de proyectos que busquen mayor justicia y solidaridad
entre los pueblos.
Cuando
el futuro se vuelve sombrío, todos buscamos seguridad. Que nada cambie, a
nosotros nos va bien. Que nadie ponga en peligro nuestro bienestar. No es el
momento de pensar en grandes ideales de justicia para todos, sino de defender
el orden y la tranquilidad.
Al
parecer no sabemos ir más allá de esta reacción casi instintiva. Los expertos
nos dicen que los graves problemas medioambientales, el fenómeno del terrorismo
desesperado o el acoso creciente de los hambrientos penetrando en las
sociedades del bienestar no están provocando, al parecer, ningún cambio
profundo en la vida personal de los individuos. Solo miedo y búsqueda de
seguridad. Cada uno trata de disfrutar al máximo de su pequeño bienestar.
Sin
duda, muchos sentimos una extraña sensación de culpa, vergüenza y tristeza.
Sentimos, además, una especie de complicidad por nuestra indiferencia y nuestra
incapacidad de reacción. En el fondo no queremos saber nada de un mundo nuevo,
solo pensamos en nuestra seguridad.
Las
fuentes cristianas han conservado una llamada de Jesús para momentos
catastróficos: «Despertad, vivid vigilantes». ¿Qué significan hoy estas
palabras? ¿Despertar de una vida que discurre suavemente en el egoísmo?
¿Despertar de la frivolidad que nos rodea en todo instante impidiéndonos
escuchar la voz de la conciencia? ¿Liberarnos de la indiferencia y la
resignación?
¿No
deberían ser las comunidades cristianas un lugar privilegiado para aprender a
vivir despiertos, sin cerrar los ojos, sin escapar del mundo, sin pretender
amar a Dios de espaldas a los que sufren? JAP
No hay comentarios.:
Publicar un comentario