Los
grandes movimientos religiosos han nacido casi siempre en el desierto. Son los
hombres y las mujeres del silencio y la soledad los que, al ver la luz, pueden
convertirse en maestros y guías de la humanidad. En el desierto no es posible
lo superfluo. En el silencio solo se escuchan las preguntas esenciales. En la
soledad solo sobrevive quien se alimenta de lo interior.
En
el cuarto evangelio, el Bautista queda reducido a lo esencial. No es el Mesías,
ni Elías vuelto a la vida, ni el Profeta esperado. Es «la voz que grita en el
desierto». No tiene poder político, no posee título religioso alguno. No habla
desde el templo o la sinagoga. Su voz no nace de la estrategia política ni de
los intereses religiosos. Viene de lo que escucha el ser humano cuando ahonda
en lo esencial.
El
presentimiento del Bautista se puede resumir así: «Hay algo más grande, más
digno y esperanzador que lo que estamos viviendo. Nuestra vida ha de cambiar de
raíz». No basta frecuentar la sinagoga sábado tras sábado, de nada sirve leer
rutinariamente los textos sagrados, es inútil ofrecer regularmente los
sacrificios prescritos por la Ley. No da vida cualquier religión. Hay que
abrirse al Misterio del Dios vivo.
En
la sociedad de la abundancia y del progreso se está haciendo cada vez más
difícil escuchar una voz que venga del desierto. Lo que se oye es la publicidad
de lo superfluo, la divulgación de lo trivial, la palabrería de políticos
prisioneros de su estrategia, y hasta discursos religiosos interesados.
Alguien
podría pensar que ya no es posible conocer a testigos que nos hablen desde el
silencio y la verdad de Dios. No es así. En medio del desierto de la vida
moderna podemos encontrarnos con personas que irradian sabiduría y dignidad,
pues no viven de lo superfluo. Gente sencilla, entrañablemente humana. No
pronuncian muchas palabras. Es su vida la que habla.
Ellos
nos invitan, como el Bautista, a dejarnos «bautizar», a sumergirnos en una vida
diferente, recibir un nuevo nombre, «renacer» para no sentirnos producto de
esta sociedad ni hijos del ambiente, sino hijos e hijas queridos de Dios. JAP
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