Compartir, ayudar y motivar son las prioridades de este blog, tratando de iluminar el camino de nuestros semejantes con nuestra pequeña luz interior, basados en tres pilares fundamentales: "Respeto, Humildad y Honestidad"
martes, 30 de abril de 2024
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Brieuc, Santo
Cómo evitar enfermarse ante los cambios de temperatura…
La túnica con agujeros…
El protagonista, Christopher Trevenen,
soñaba de niño con ser explorador. En una ocasión acompaña a su hermana Mabel
de paseo. Se bañan, a pesar de que ella tiene problemas de salud.
Al regresar donde residían, una fuerte
tormenta los deja empapados. La niña contrae una fuerte pulmonía. Christopher
reza por ella. Al poco tiempo, Mabel muere. Christopher, todavía un niño, se
siente culpable. Toda su vida pensará que había matado a su hermana.
El resto de la novela narra las
decisiones y los cambios de Christopher a lo largo de los años. La trama se
entrelaza con noticias o relatos sobre la túnica sin costura que habría
envuelto el cuerpo de Cristo, sobre la que se habla en momentos clave de la
existencia de Christopher.
‘La túnica sin costura’, publicada en
1929, puede ser interpretada de muchas maneras. Una de ellas aparece varias
veces en el mismo relato, cuando Baring (convertido
al catolicismo en 1909) pone en boca de Christopher, unas reflexiones
profundas.
Al pensar en su propia historia y sus
muchos fracasos y decisiones equivocadas, Christopher reconoce que cada vida es
como una túnica sin costura; pero su propia vida, con todos sus avatares, ‘está
tan llena de agujeros, rasgones, costuras, remiendos y pedazos, que más parece
un guiñapo’ (cap. 30).
Quien escucha las palabras de
Christopher, Madame D'Alberg, le hace ver que está interpretando todo al revés.
Los agujeros son parte de la vida, pero con ellos se teje una historia
diferente, que solo se comprende cuando uno adopta otra perspectiva.
Porque, cuando uno mira la túnica de
su vida del revés, empieza a descubrir cómo la Providencia ha ido tejiendo
tantos detalles, ha ofrecido mil posibilidades de bien y de belleza.
En otro momento de la novela, Madame
D'Alberg afirma: “Mi marido solía decir que todo hombre, el más insignificante
y hasta el más vil, tiene asignada su misión por la Providencia (...). Nosotros
no podemos ver el patrón de nuestra vida, pero sin duda está bien patente a los
ojos del que ha de bordar la tapicería, (...) no siendo nosotros más que
pequeñas cuadrículas del cañamazo del gigantesco tapiz” (cap. 27).
La novela de Baring enseña algo que
muchas veces no alcanzamos a ver. La túnica de cada uno, con sus agujeros, sus
‘errores’, sus cambios bruscos o sus momentos ‘intranscendentes’, está en manos
de Dios Padre, que puede hacer maravillas con quien confía en su Amor
providente.
La existencia del protagonista de ‘La
túnica sin costura’ parece un fracaso completo, hasta los momentos finales de
su vida en los que reaparece nuevamente la misteriosa túnica.
En esa situación dramática,
Christopher Trevenen recibe, como un don maravilloso y sanante, el arreglo más
hermoso de su túnica personal y llena de agujeros: la llegada de un sacerdote
que le ofrece, con el sacramento de la penitencia, la misericordia que cura y
que permite acoger una salvación definitiva... FP
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Donato de Evorea, Santo
Pasos para asar los vegetales conservando sus nutrientes…
Abre la puerta…
Estas palabras se
escuchan a menudo entre las personas que frecuentamos y lo que en realidad
tenemos es Sed de Cristo. Levántate
y abre la puerta, adivina quién está golpeando… “Mira que estoy a la puerta y
llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré
con él y él conmigo” (Apocalipsis 3,20).
Así es, buscamos e invertimos dinero en ‘distracciones’ que
no son más de lo que dice esa palabra. Útil para mantener nuestra mente y
cuerpo ocupado por un momento y muy útil para verdaderamente
distraernos del “camino, la verdad y la vida” (Juan 14,6).
Estamos en constante búsqueda de algo que ni
sabemos qué es. Es parte de nuestra naturaleza buscar seguridades,
comodidades, satisfacer la necesidad de bienestar. A eso yo le llamo: buscar
paz, pues lo que tenemos es sed de Cristo. Sólo en Él se
calma nuestra ansiedad, pues en Él encontramos aquello que buscamos en forma
constante. Sin embargo, a pesar de que está tan cerca de nosotros, lo sentimos
tan lejos…
Lejos porque no lo reconocemos, lejos porque no
creemos, lejos porque no le abrimos la puerta. Si tan solo por un momento
permaneciéramos en silencio y lo invitáramos a entrar en nuestra morada,
nuestras vidas se convertirían.
Él siempre viene en silencio e invisible, con un
poder y amor infinitos, con misericordia y con los dones de su Santo Espíritu
para dar luz a todas las almas que lo acepten y le permitan entrar en sus
corazones. Cristo verdaderamente saciará nuestras carencias: “Vengan
a Mí todos los que tengan sed…” (Juan 7,
37).
Pero, ¿estamos preparados para recibir a Jesús en
nuestros corazones? Cuando recibimos una esperada visita, acomodamos nuestra
casa, preparamos un banquete y le damos una bella bienvenida, Y ¿Qué haremos
para recibir a nuestro Señor? ¿Tenemos limpia nuestra casa? Se trata de
esperarlo con un corazón recto, dispuesto, sincero y humilde, pero lo más
importante, es estar dispuesto a quedarnos con esa visita para siempre.
Así como lo señaló un destacado Sacerdote en su
homilía dominical, muchos tenemos fe hasta que vivimos una prueba grande en
nuestras vidas. En ese momento nos damos cuenta de que la fe no era una póliza
de seguro que debíamos mantener, pues nos cubriría del incidente que tuvimos.
Se trata sin embargo, de perseverar. Perseverar llevando tu
cruz, perseverar en la fe. La perseverancia es aquella
virtud por medio de la cual florecen las otras virtudes. Así
es como también el amor, la paciencia, la humildad, la fortaleza, la templanza
no florecerán si no es mediante la perseverancia. Si tu cruz es haber servido y
te han pagado mal, persevera en dar la vida por ello o si tu cruz es esa
persona que te hace daño, persevera en el perdón.
Quedarnos con esa hermosa visita, la más importante
de todas, la que más bien nos ha hecho, es un acto de fe. Una fe que si no
cuidamos, si no atesoramos y si no perseveramos en ella bajo cualquier
circunstancia, hará que esa visita se vaya.
¿Y cómo esperaremos a Jesús, nuestro invitado de
honor? Con la alegría del alma. En una ocasión un grupo de periodistas le
pidieron a la Madre Teresa de Calcuta un consejo que les sirviera para toda la
vida. La santa los miró y sonriendo les contestó: “Sonrían”. Y al verlos
sorprendidos añadió. “Y lo digo completamente en serio”.
El Papa Francisco en su Exhortación Apostólica, al
hablar del deseo de Dios para que todos seamos santos, nos recuerda que: “ser
santos no es tener un espíritu apocado, tristón, agriado, melancólico… El santo
es capaz de vivir con alegría y sentido del humor”. Y si
todos estamos llamados a ser Santos, todos estamos llamados a vivir con
alegría.
La Sagrada Escritura también refleja el deseo de
Dios: “No te prives de un día feliz, y no dejes pasar la parte de una
satisfacción legítima” (Eclesiástico
14,14).
El Ángel que anuncia el nacimiento del mesías a los
pastores les dice: “… vengo a comunicarles una buena noticia, que será motivo
de mucha alegría para todo el pueblo” (Lucas
2,10).
La Virgen María lo dice: “y mi espíritu se alegra
en Dios mi Salvador” (Lucas 1,47), al
igual que San Pablo: “Estén siempre alegres en el Señor” (Filipenses 4,4).
La alegría brotará de
manera natural cuando llega Jesús a nuestras vidas para hacer morada en nosotros y será el
reflejo de haber saciado nuestra sed, la sed de Cristo.
Pero también podríamos pensar en nuestra flaqueza
de fe, que Jesús no ha tocado nuestra puerta y aunque no es así, mediante la
Oración, la lectura de la Sagrada Escritura y la Eucaristía, lograremos
escuchar los golpes en la puerta. Es Él, sólo debes escuchar. “Yo soy la
puerta: el que entre por mí estará a salvo…” (Juan 10,9).
Cuando busquemos en la oración el mejor
entretenimiento, cuando encontremos en la Sagrada Escritura una lectura más
interesante que aquella revista de espectáculos y la Eucaristía dominical como
el encuentro en donde podemos compartir fraternalmente y mejor que en un centro
de estética, lograremos escuchar a Jesús tocando la puerta de nuestro corazón. MYB
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El diseño del amor de Dios es el que dirige el mundo y no nosotros…
Tenía
el propósito de seguir a Cristo en pobreza y humildad
En
la misiva, el Santo Padre recuerda que, un 14 de noviembre de 1522, “un pobre
soldado” llegó a Barcelona cuando iba de camino a Tierra Santa. Paradójicamente,
cinco siglos después las autoridades civiles y religiosas de esa región, junto
al Prepósito general de la Compañía de Jesús, se reúnen de forma institucional
para celebrar este acontecimiento.
“Nuestro
protagonista – escribe el Papa – después de haber servido al rey y a sus
convicciones hasta derramar su sangre, iba herido en el cuerpo y en el
espíritu, se había despojado de todo y tenía el propósito de seguir a Cristo en
pobreza y humildad. A él en ese momento poco le importaba hospedarse en albergues
para pobres o tener que retirarse en una cueva para orar, menos aún que esto
supusiera ser «estimado por vano y loco» (E.E. 167)”.
Un
hombre íntegro y coherente en sus convicciones
Con
el deseo de unirse a este acto, el Papa Francisco pide al Arzobispo de
Barcelona “que lo represente”, pidiéndole que haga llegar sus saludos a todos
aquellos que participan en esta celebración.
“Saludo a todas las
autoridades presentes, tanto civiles como eclesiásticas, y en ellas al Pueblo
fiel de Dios, que recuerda a san Ignacio de Loyola con devoción y cariño, y a
los hombres de buena voluntad que lo respetan por ser un hombre íntegro y
coherente en sus convicciones. Del mismo modo, a los miembros de la Compañía de
Jesús, que como yo lo veneran como fundador”.
El
diseño de amor de Dios es el que dirige el mundo
Y
refiriéndose nuevamente al fundador de la Compañía de Jesús, el Santo Padre
observa que, es significativo pensar que, para llevarlo hasta allí, Dios se
sirviese de una guerra y de una peste. La guerra que lo sacó del sitio de
Pamplona y fue el detonante de su conversión, y la peste que le impidió llegar
a Barcelona y lo retuvo en la cueva de Manresa.
“Es una gran lección
para nosotros – indica el Papa – pues guerras y pestes no nos faltan para que
lleguemos a convertirnos. Podemos, por tanto, asumirlas como una oportunidad
para revertir el rumbo seguido hasta ahora e invertir en lo que verdaderamente
importa, sea cual sea el ámbito en que nos movamos”.
“Y es que, por medio
de las crisis, Dios nos dice que no somos nosotros los señores de la Historia,
con mayúsculas, ni siquiera de nuestras propias historias, y por más que somos
libres de corresponder o no a las llamadas de su gracia, es siempre su diseño
de amor el que dirige el mundo”.
Una
gracia que desde la tierra nos lleva al cielo
Es
en estas circunstancias, señala el Santo Padre que, las crisis se convierten en
oportunidades de conversión, cuando se reconoce la primacía de Dios.
“Ignacio se mostró
dócil a esa llamada, pero lo más importante es que no retuvo esta gracia para
sí, sino que la consideró desde el principio como un don para los demás, como
un camino, un método que podía ayudar a otras personas a encontrarse con Dios,
a abrir su corazón y dejarse interpelar por Él. Desde entonces sus ejercicios espirituales,
como otros itinerarios de perfección,… se nos presentan como esa escala de
Jacob que desde la tierra nos lleva al cielo, y que Jesús promete a quienes lo
buscan sinceramente”. RM