El protagonista, Christopher Trevenen,
soñaba de niño con ser explorador. En una ocasión acompaña a su hermana Mabel
de paseo. Se bañan, a pesar de que ella tiene problemas de salud.
Al regresar donde residían, una fuerte
tormenta los deja empapados. La niña contrae una fuerte pulmonía. Christopher
reza por ella. Al poco tiempo, Mabel muere. Christopher, todavía un niño, se
siente culpable. Toda su vida pensará que había matado a su hermana.
El resto de la novela narra las
decisiones y los cambios de Christopher a lo largo de los años. La trama se
entrelaza con noticias o relatos sobre la túnica sin costura que habría
envuelto el cuerpo de Cristo, sobre la que se habla en momentos clave de la
existencia de Christopher.
‘La túnica sin costura’, publicada en
1929, puede ser interpretada de muchas maneras. Una de ellas aparece varias
veces en el mismo relato, cuando Baring (convertido
al catolicismo en 1909) pone en boca de Christopher, unas reflexiones
profundas.
Al pensar en su propia historia y sus
muchos fracasos y decisiones equivocadas, Christopher reconoce que cada vida es
como una túnica sin costura; pero su propia vida, con todos sus avatares, ‘está
tan llena de agujeros, rasgones, costuras, remiendos y pedazos, que más parece
un guiñapo’ (cap. 30).
Quien escucha las palabras de
Christopher, Madame D'Alberg, le hace ver que está interpretando todo al revés.
Los agujeros son parte de la vida, pero con ellos se teje una historia
diferente, que solo se comprende cuando uno adopta otra perspectiva.
Porque, cuando uno mira la túnica de
su vida del revés, empieza a descubrir cómo la Providencia ha ido tejiendo
tantos detalles, ha ofrecido mil posibilidades de bien y de belleza.
En otro momento de la novela, Madame
D'Alberg afirma: “Mi marido solía decir que todo hombre, el más insignificante
y hasta el más vil, tiene asignada su misión por la Providencia (...). Nosotros
no podemos ver el patrón de nuestra vida, pero sin duda está bien patente a los
ojos del que ha de bordar la tapicería, (...) no siendo nosotros más que
pequeñas cuadrículas del cañamazo del gigantesco tapiz” (cap. 27).
La novela de Baring enseña algo que
muchas veces no alcanzamos a ver. La túnica de cada uno, con sus agujeros, sus
‘errores’, sus cambios bruscos o sus momentos ‘intranscendentes’, está en manos
de Dios Padre, que puede hacer maravillas con quien confía en su Amor
providente.
La existencia del protagonista de ‘La
túnica sin costura’ parece un fracaso completo, hasta los momentos finales de
su vida en los que reaparece nuevamente la misteriosa túnica.
En esa situación dramática,
Christopher Trevenen recibe, como un don maravilloso y sanante, el arreglo más
hermoso de su túnica personal y llena de agujeros: la llegada de un sacerdote
que le ofrece, con el sacramento de la penitencia, la misericordia que cura y
que permite acoger una salvación definitiva... FP
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