Tenía
el propósito de seguir a Cristo en pobreza y humildad
En
la misiva, el Santo Padre recuerda que, un 14 de noviembre de 1522, “un pobre
soldado” llegó a Barcelona cuando iba de camino a Tierra Santa. Paradójicamente,
cinco siglos después las autoridades civiles y religiosas de esa región, junto
al Prepósito general de la Compañía de Jesús, se reúnen de forma institucional
para celebrar este acontecimiento.
“Nuestro
protagonista – escribe el Papa – después de haber servido al rey y a sus
convicciones hasta derramar su sangre, iba herido en el cuerpo y en el
espíritu, se había despojado de todo y tenía el propósito de seguir a Cristo en
pobreza y humildad. A él en ese momento poco le importaba hospedarse en albergues
para pobres o tener que retirarse en una cueva para orar, menos aún que esto
supusiera ser «estimado por vano y loco» (E.E. 167)”.
Un
hombre íntegro y coherente en sus convicciones
Con
el deseo de unirse a este acto, el Papa Francisco pide al Arzobispo de
Barcelona “que lo represente”, pidiéndole que haga llegar sus saludos a todos
aquellos que participan en esta celebración.
“Saludo a todas las
autoridades presentes, tanto civiles como eclesiásticas, y en ellas al Pueblo
fiel de Dios, que recuerda a san Ignacio de Loyola con devoción y cariño, y a
los hombres de buena voluntad que lo respetan por ser un hombre íntegro y
coherente en sus convicciones. Del mismo modo, a los miembros de la Compañía de
Jesús, que como yo lo veneran como fundador”.
El
diseño de amor de Dios es el que dirige el mundo
Y
refiriéndose nuevamente al fundador de la Compañía de Jesús, el Santo Padre
observa que, es significativo pensar que, para llevarlo hasta allí, Dios se
sirviese de una guerra y de una peste. La guerra que lo sacó del sitio de
Pamplona y fue el detonante de su conversión, y la peste que le impidió llegar
a Barcelona y lo retuvo en la cueva de Manresa.
“Es una gran lección
para nosotros – indica el Papa – pues guerras y pestes no nos faltan para que
lleguemos a convertirnos. Podemos, por tanto, asumirlas como una oportunidad
para revertir el rumbo seguido hasta ahora e invertir en lo que verdaderamente
importa, sea cual sea el ámbito en que nos movamos”.
“Y es que, por medio
de las crisis, Dios nos dice que no somos nosotros los señores de la Historia,
con mayúsculas, ni siquiera de nuestras propias historias, y por más que somos
libres de corresponder o no a las llamadas de su gracia, es siempre su diseño
de amor el que dirige el mundo”.
Una
gracia que desde la tierra nos lleva al cielo
Es
en estas circunstancias, señala el Santo Padre que, las crisis se convierten en
oportunidades de conversión, cuando se reconoce la primacía de Dios.
“Ignacio se mostró
dócil a esa llamada, pero lo más importante es que no retuvo esta gracia para
sí, sino que la consideró desde el principio como un don para los demás, como
un camino, un método que podía ayudar a otras personas a encontrarse con Dios,
a abrir su corazón y dejarse interpelar por Él. Desde entonces sus ejercicios espirituales,
como otros itinerarios de perfección,… se nos presentan como esa escala de
Jacob que desde la tierra nos lleva al cielo, y que Jesús promete a quienes lo
buscan sinceramente”. RM
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