La vida es una llamada
algo más alto, tenemos ‘sed de eternidades’, salir de las dimensiones rastreras
que tienen las gallinas, y adquirir una altura, una dimensión más alta como el
águila, que nos anima a mirar al sol de hito en hito, y como decía el místico
“volé tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance”, podemos alcanzar lo que
anhelamos. Observamos además que cuando rehusamos abrirnos a esta información
más amplia, no solo no somos capaces de percibir más que lo que nuestros
esquemas mentales nos permiten conocer, sino también que lo percibido cada día
no hace más que reafirmar el contenido de nuestro filtro mental: el que solo
tiene ojos para la codicia, cada día es más esclavo de ella, como bien puso de
relieve Tolkien en El señor de los Anillos. Si estamos en la oscuridad,
como decía Platón en el mito de la caverna, y estamos atados a unas cadenas al
fondo de la cueva, pensamos que todo lo que vemos es la única realidad, y
que no hay otra, y que no existe la luz ni el sol. En este caso, nuestra
experiencia de vida no puede ‘probarnos’ que nuestra percepción es errónea o
estrecha.
Nadie puede
pensar fuera de su contexto de referencia, salvo algunos genios que han podido
intuir fuera del contexto (Galileo, Einstein, Tesla…). La física cuántica y la
teoría de la relatividad han puesto de relieve el valor de lo que no se ve,
basta pensar que la física del átomo supone un 5% apenas de lo que hay en el
universo, el resto de la inmensidad de lo que hay es materia oscura y más del
50% es energía oscura, que ni siquiera sabemos si forma parte de nuestras
dimensiones de la realidad (no sabemos cómo ocupa espacio algo que no es
materia). Detrás de la materia que se ve hay algo que no es material, que
pueden ser otras dimensiones. Ya se habla de que todo es energía + información.
Además no entendemos cómo funciona la mente ni lo que nos viene de nuestros
antepasados, pues lo que han descubierto del ADN es que produce proteínas, pero
no hay en él memoria de nada. Así, el alma y la mente hemos de buscarlos fuera
del cerebro: no es el cerebro que crea la mente, sino la mente que informa el
cerebro. Todo esto supone cambiar la concepción de la realidad y de la vida,
contestar de una manera más amplia y profunda a las preguntas de “quién soy yo,
por qué estoy aquí y que ocurre después de la muerte del cuerpo físico”. Pues
ya podemos pensar que la ciencia no niega, ni mucho menos, que fuera de
nuestras dimensiones hay otras dimensiones.
La elección del
contexto depende de nuestro tiempo histórico, pero tiene una parte enteramente
personal. Esa elección tiene aspectos conscientes e inconscientes pero siempre
se hace dentro del marco de un determinado nivel de consciencia o grado de
evolución espiritual. Un contexto puede ser apropiado en un nivel pero no en
otro: así, en el pasado había guerras y ahora vemos que son siempre dañinas, aunque
a veces haya que hacer frente al mal como se hizo con Hitler en la Segunda
Guerra Mundial. Avanzamos de contexto en contexto y eso es una gran parte de la
historia de la evolución de la consciencia en el ser humano: así, vemos que la
pena de muerte no es necesaria hoy día, pues hay otros medios para ‘quitar la
manzana podrida’ de la sociedad, además de confiar en su rehabilitación de
algún modo. En el contexto actual, pensamos que podemos avanzar hacia una
‘civilización del amor’, aunque cueste, pero que si hay un número de personas
con buen corazón, puede crearse como en la radioactividad una ‘masa crítica’
que provoque una ‘reacción en cadena’ hacia ese mundo de fraternidad universal.
Quizá nos pueden decir que eso es una utopía, pero podemos responder que las
utopías son lo que mueve la historia en su evolución, aunque nunca se alcancen
por completo.
Durante mucho
tiempo hemos identificado nuestros pensamientos con nuestra consciencia. Pero
eso pertenece a un contexto racionalista, de lo que podríamos llamar la mente
inferior y el resultado es separador y ha llevado al enfrentamiento constante,
al ver aquello de que hacemos lo que no queremos según esa ley interior que es
nuestro interior más profundo. Si nos imaginamos nuestras dimensiones como un coche
de caballos, podemos ver a los caballos como los sentidos y la mente como el
cochero, pero hay más: dentro del carruaje está el maestro interior, nuestra
interioridad, el alma. Y ese maestro interior nos va guiando hacia una
realidad más alta. No hemos de preocuparnos por las equivocaciones, pues forman
parte de nuestro aprendizaje.
En resumen:
comprender las realidades espirituales y aprender a vivir desde el alma y no
desde el ego son algunos de los requisitos para que quien no tiene Paz pueda
alcanzarla. Afortunadamente, la humanidad está entrando en un nuevo contexto
post materialista desde el que poder avanzar en este sentido. Y la forma más
eficaz para alcanzar la Paz interior es crecer en el contexto interior, digamos
en el nivel espiritual o de consciencia.
Podemos
verificar que una ampliación del contexto mental y espiritual, por pequeña que
sea, aporta siempre más paz, más dominio de nuestro entorno y mejores
relaciones con los demás pues todo lo interior influye en lo de fuera. Muchos
sufrimientos vienen de la ignorancia: al no entender el sentido de algo que
vemos como malo, sufrimos. Cuanto más se ensanche el contexto, más se
profundiza en la comprensión de la realidad. Es así como podemos liberarnos
progresivamente del sufrimiento mental tanto individual como colectivo y
podemos encontrar dicha y libertad. LlPS
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