Es importante
comprender que en la vida nada de lo que nos pasa es por error (lo que llamamos
error es parte del aprendizaje), todo tiene al final su sitio, todo acabará
bien: “No existen errores, ni
coincidencias. Todos los acontecimientos son bendiciones que se nos dan para
que podamos aprender” (Elisabeth
Kübler-Ross). Todo es por tanto para bien, parte del aprendizaje que es la
vida, parte de ese crecimiento interior. Si nos oponemos a este crecimiento, a esas lecciones, podemos
sufrir más, y no aprovechar la lección, pues el divino escultor precisa que el
bloque de mármol se deje hacer, que nos dejemos dar esos golpes, si queremos
resistirnos él lo tiene más difícil, tardará más. En cambio, si observamos lo
que nos pasa con perspectiva de maduración personal, sabremos ya intuir algo de
su sentido. Algún beneficio ya lo notamos a veces: “Los árboles que crecen en
lugares sombreados y libres de vientos, mientras que externamente se
desarrollan con aspecto próspero se hacen blandos y fangosos; sin embargo, los
árboles que viven en las cumbres, agitados por muchos vientos y constantemente
expuestos a la intemperie, golpeados por fortísimas tempestades y cubiertos de
frecuentes nieves, se hacen más robustos que el hierro” (San Juan Crisóstomo). Volviendo al ejemplo de la escultura, si
está tallada en algo blando es poco resistente, en cambio si es de mármol ha
sido más trabajoso el proceso, pero es mucho más perdurable. Es una
imagen que refleja que las dificultades nos llegan para aprendizaje y
crecimiento personal: aumentan nuestra resiliencia emocional y mental para
lidiar con el estrés y ser capaces de enfrentar futuros desafíos, adquirimos
nuevas habilidades de superación en los diversos ámbitos de nuestra vida (sea laboral, académico, personal…)
aprendiendo de esa experiencia, nos capacidad de interioridad y
autoconocimiento para descubrir mejor quiénes somos y lo que realmente tiene
valor en la vida, nos da motivación para luchar mejor por nuestros objetivos,
experimentamos un mayor crecimiento personal a través de la capacidad de
adaptación y una mayor empatía hacia los demás, nos sentimos más capaces de
encontrar soluciones creativas y efectivas, nos ayuda a descubrir mejor las
relaciones con los demás y tener un sentido de comunidad…
Esta
consciencia de la realidad que no se ve, esa esencia de la vida que no ven los
ojos sino el corazón, nos permite adelantar mucho en riqueza de espíritu, somos
conscientes de ese plan divino: “En la infancia de la vida espiritual, cuando comenzamos a dejarnos guiar por la
mano de Dios, se percibe con fuerza e intensidad la mano que dirige: se
ve con claridad qué es lo que hay que hacer u omitir, pero esto no dura
siempre. Quien pertenece a Cristo tiene que vivir toda la vida de Cristo. Tiene
que alcanzar la madurez de Cristo y recorrer el camino de la Cruz, hasta
Getsemaní y el Gólgota” (Edith Stein).
Por eso, decía
Juan María Bautista Vianney: “No hay que mirar de donde vienen las cruces.
Siempre vienen de Dios. Ya sea un padre, una madre, un esposo, un hermano, el
rector o el vicario, es Dios quien nos brinda el medio de probarle nuestro
amor”. Aunque no entendamos, podemos sentir con el
corazón que no estamos solos cuando pasamos por eso tan malo, pues de ahí Dios
sacará algo bueno: aquello es un regalo divino.
Así, ante
cualquier dificultad, hay un proceso de interiorización, junto con la presencia
de una mirada amorosa de lo alto y la ayuda de los demás nos puede llevar
a un desarrollo personal, en un espacio espiritual de paz y felicidad. Todo es
cuestión de encontrar esa comprensión, no sentirse esclavos de las
circunstancias externas, sino tener esa libertad interior que es la que
podemos ganar con un equilibrio, dirigiendo nuestros pensamientos de modo
voluntario y sostenido, sabiendo que lo mejor siempre está por
llegar.
Además, sabemos
que todo esto contribuye a tener la ‘energía vital’ alta, buenas defensas que
impiden la enfermedad que aparece cuando bajamos esas defensas.
Así, las
dificultades nos ayudan a crecer. “Lo que aceptas, te transforma; lo que
niegas, te somete” (Carl Jung). LlPS
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