martes, 22 de abril de 2025

¿Cambian los corazones de piedra?...

Cristo buscó continuamente caminos para despertar la conciencia de los fariseos y de otros corazones endurecidos. Parecía una lucha desesperada. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué obtuvo tan pocos resultados aparentes?
Algo parecido había ocurrido ya en el pasado. El pueblo se alejaba de la Alianza con Dios. Pruebas, sufrimientos, pecados. Llegaban los profetas. Había mejoras. Pero la dureza estaba muy enraizada.
Después de Cristo también hubo miles y miles de corazones de piedra. Muchos, que rechazaron el Evangelio para optar por sus propias ideas. Otros, ya bautizados, por esa corrupción que entra y destruye poco a poco las conciencias.
El panorama puede asustar. La historia está llena de corazones endurecidos, de inteligencias destruidas, de perversiones y pecados de todo tipo, que recuerdan la famosa enumeración de san Pablo.
“Y como no tuvieron a bien guardar el verdadero conocimiento de Dios, los entregó Dios a su mente insensata, para que hicieran lo que no conviene: llenos de toda injusticia, perversidad, codicia, maldad, henchidos de envidia, de homicidio, de contienda, de engaño, de malignidad, chismosos, detractores, enemigos de Dios, ultrajadores, altaneros, fanfarrones, ingeniosos para el mal, rebeldes a sus padres, insensatos, desleales, desamorados, despiadados” (Rm 1,28,31).
¿Cambian los corazones de piedra? ¿Es posible destruir las barreras interiores que atan al pecado y que llevan a la muerte? ¿Triunfará la luz en las almas que prefieren esas tinieblas que confunden y paralizan?
La voz de Cristo y de su Iglesia resuena también hoy. Si un corazón deja una rendija, si pone en duda sus falsas certezas, si abandona la soberbia de quien vive despreciando a los otros, si se humilla y pide perdón... será posible el milagro.
De ese modo, se cumplirá la Escritura: “quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que caminen según mis preceptos, observen mis normas y las pongan en práctica, y así sean mi pueblo y yo sea su Dios” (Ez 11,19,20). FP

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