Ofrecemos estos
breves puntos con la intención de que puedan servir para la meditación
individual o comunitaria. Son tomados de las lecturas y de las oraciones de la
misa del domingo 27 de abril de 2025.
Se dividen en tres
partes: lo que Dios nos dice (con un comentario que nos puede ayudar a
comprender el Evangelio); lo que nosotros podemos decirle a Él como respuesta;
y de qué modo podemos llevarlo a la vida cotidiana. Dios quiera que ayuden a
muchos a dedicarle, cada domingo, un tiempo especial a Dios, nuestro Señor.
Dios nos habla
•
“Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, los
discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos.
Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté
con ustedes!» Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los
discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de
nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los
envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el
Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen,
y serán retenidos a los que ustedes se los retengan». Tomás, uno de los Doce,
de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros
discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!» Él les respondió: «Si no veo la
marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos
y la mano en su costado, no lo creeré». Ocho días más tarde, estaban de nuevo
los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció
Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La
paz esté con ustedes!» Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis
manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo,
sino hombre de fe». Tomás respondió: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo:
«Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!»
Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no
se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes
crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su
Nombre” (Jn 20,19-31).
Reflexión
“Vuestra santidad
sabe tan bien como yo que nuestro Señor y Salvador Jesucristo es el médico de
nuestra salud eterna, y que asumió la enfermedad de nuestra naturaleza, para
que nuestra enfermedad no fuera sempiterna. Asumió, en efecto, un cuerpo
mortal, para en él matar la muerte. Y si es verdad que fue crucificado por
nuestra debilidad —como dice el Apóstol—, vive ahora por la fuerza de
Dios.
Del mismo Apóstol son
estas palabras: Ya no muere más, la muerte ya no tiene dominio sobre él. Todo
esto es bien conocido de vuestra fe. Pero debemos también saber que todos los
milagros que obró en los cuerpos tienen por blanco el hacernos llegar a lo que
ni pasa ni tendrá fin. Devolvió a los ciegos unos ojos que un día había de
cerrar la muerte; resucitó a Lázaro, que nuevamente debería morir. Y todo
cuanto hizo por la salud de los cuerpos, no lo hizo para hacerlos inmortales,
bien que tuviera la intención de otorgar incluso a los cuerpos, al final de los
tiempos, la salud eterna. Pero como no eran creídas las maravillas invisibles,
quiso, por medio de acciones visibles y temporales, levantar la fe hacia las
cosas invisibles.
Nadie, pues, diga,
hermanos, que en la actualidad ya no obra nuestro Señor Jesucristo los milagros
que antes hacía y, en consecuencia, prefiera los primeros tiempos de la Iglesia
a los presentes; pues en cierto lugar el mismo Señor pone a los que creen sin
ver sobre los que creyeron por haber visto. En efecto, la fe de los discípulos
era por entonces en tal modo vacilante, que, aun viendo resucitado al Maestro,
necesitaron palparle para creer.
No les bastó verlo
con los propios ojos: quisieron palpar con las manos su cuerpo y las cicatrices
de las recientes heridas; hasta el punto de que el discípulo que había dudado,
tan pronto como tocó y reconoció las cicatrices, exclamó: ¡Señor mío y Dios
mío! Aquellas cicatrices eran las credenciales del que había curado las
heridas de los demás.
¿No podía el Señor
resucitar sin las cicatrices? Sin duda, pero sabía que en el corazón de sus
discípulos quedaban heridas, que habrían de ser curadas por las cicatrices
conservadas en su cuerpo. Y ¿qué respondió el Señor al discípulo que,
reconociéndole por su Dios, exclamó: Señor mío y Dios mío? Le dijo: ¿Porque
me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
¿A quiénes llamó
dichosos, hermanos, sino a nosotros? Y no solamente a nosotros, sino a todos
los que vengan después de nosotros. Porque no mucho tiempo después, habiéndose
alejado de sus ojos mortales para fortalecer la fe en sus corazones, cuantos en
adelante creyeron en él, creyeron sin verle, y su fe tuvo gran mérito: para
conquistar esa fe, movilizaron únicamente su piadoso corazón, y no el corazón y
la mano comprobadora” (San Agustín de
Hipona, Sermón 88).
Nosotros le hablamos
•
“Sálvanos, Señor, asegúranos la prosperidad. ¡Bendito el que
viene en nombre del Señor!” (salmo 117).
•
“Dios de eterna misericordia, que en la celebración anual de
las fiestas pascuales reavivas la fe del Pueblo santo; acrecienta en nosotros
los dones de tu gracia, para comprender, verdaderamente, la inestimable
grandeza del bautismo que nos purificó, del espíritu que nos regeneró y de la
sangre que nos redimió. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los
siglos” (Oración Colecta).
Nuestra vida cambia
•
¿Creemos en Jesús y todo lo que Él nos ha revelado?
•
¿Esa fe influye en nuestra vida de todos los días?
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