Tener razón, o
al menos estar convencido de tenerla, ¿dificulta el diálogo?
Parecería que
sí. Basta con encontrarnos con algunas personas que están muy seguras de lo que
dicen para constatar cómo reaccionan ante quienes les llevan la contraria.
Desde luego, si
dos más dos son cuatro, causa irritación encontrar a quien, por error, diga que
son cinco o son tres.
Pero en otros
muchos temas, las cosas no son tan claras como las matemáticas. Basta con
pensar en asuntos sencillos como el fútbol, o mucho más complejos, como las
causas de una inflación galopante.
Cuando nos
encontramos con quienes piensan de otra manera, podemos estar seguros de tener
la razón y, al mismo tiempo, saber dialogar con los ‘adversarios’.
Ello es posible
si existe buena educación, si reconocemos la humanidad de quien nos presenta
ideas opuestas a las nuestras, y si nos abrimos a la posibilidad de un diálogo
que permita avanzar, aunque sea un poco, hacia la verdad.
No siempre el
diálogo lleva a unos a reconocer sus errores, y a otros a matizar sus verdades.
Muchas veces los que debaten terminan pensando como antes de discutir.
Sin embargo, si
en ambas partes hay una sana escucha, y si cada uno sabe exponer sus
convicciones de modo educado y respetuoso, el diálogo no solo resulta posible,
sino que permite romper barreras y abrir mentes y corazones.
Tener razón y
saber dialogar es algo posible para todos. En ocasiones, resultará difícil,
sobre todo en temas realmente complejos y que levantan pasiones. Pero el esfuerzo
de unos y otros por escuchar y exponer serenamente los diferentes puntos de
vista es siempre una victoria importante en el hermoso arte del diálogo. FP
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