Todavía
no abrías los ojos… y Él ya estaba ahí. No con reproches. No con urgencias. Solo
con las manos juntas y el alma encendida.
No
te despertó. Solo susurró con su presencia: “Estoy contigo. Hoy también
caminamos juntos”.
Y
cuando por fin abriste los ojos, quizá no lo viste… pero sentiste la paz de
saber que no amaneciste solo. RM
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