No trae libros
ni fórmulas. Trae la carga del día, los silencios de su casa, los nombres de
sus hijos y un suspiro que no supo poner en palabras.
Se arrodilla
con torpeza, como quien no está acostumbrado a los templos, pero sí a confiar.
No pide
milagros grandiosos. Pide fuerza. Para seguir madrugando sin quejarse. Para
amar sin ser visto. Para no rendirse cuando todo parece poco.
Frente al
Santísimo, no se siente pobre. Se siente hijo.
Y el Pan vivo
no le responde con voz, pero lo mira. Y ese mirar basta. Porque el que adora,
aunque sea en silencio, ya está siendo sanado. RM
No hay comentarios.:
Publicar un comentario