Nadie la ve ya.
Su nombre se ha desgastado con los años, como sus manos, como su casa de barro.
Pero Cristo sí
la ve. Y no solo la ve: se sienta con ella. No hay discursos. No hay milagros.
Solo una presencia que escucha. Porque hay dolores que no se curan con
pastillas, sino con compañía.
Cristo también habita donde nadie más pasa. Donde no hay aplausos, pero
sí historias.
Donde una mujer anciana todavía espera… sin perder la fe.
“No te dejaré ni te abandonaré”
(Hebreos 13,5) RM
No hay comentarios.:
Publicar un comentario