“Detente, no
tengas prisas”. “¿Tienes de verdad claro lo que vas a hacer?”. “Piénsalo bien,
no sea que al final tengas que arrepentirte”. “Lo importante madura
lentamente”. “No sigas el consejo de lo fácil. Escucha la sabiduría de las
canas”.
Estos y otros
consejos parecidos nos llegan una y otra vez para invitarnos a vivir una virtud
que resulta central para toda vida humana: la prudencia.
¿En qué
consiste la prudencia? El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1806) ofrece la
siguiente definición:
“La prudencia
es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia
nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo”.
Con esta simple
definición encontramos dos aspectos centrales de la prudencia. Uno se refiere
al bien verdadero. Otro a la elección de los medios.
Nuestra vida se
desarrolla en una serie continua de elecciones. Un vestido o un trabajo, una
escuela o un tipo de cerradura, una comida o un paseo: a todas horas, en todos
los lugares, hemos de decidir.
Las decisiones
siempre miran a un objetivo: lo bueno, lo correcto. Los problemas surgen cuando
‘parece bueno’ lo que no lo es. El paraguas más brillante resulta estar lleno
de agujeros. El coche que parecía nuevo tiene serios problemas en los
amortiguadores porque ya había sido usado. La tarde espléndida empleada en un
paseo para oxigenar los pulmones se ha convertido en el inicio de una gripe
insidiosa por culpa de un vientecillo engañoso.
Vemos así que
casi todo lo que escogemos ‘parece ser bueno’, cuando no lo era. Otras veces,
eso ‘bueno’ nos daña de mil maneras insospechadas: o porque nos hace egoístas,
o porque nos lleva a ser avaros, o porque destruye las relaciones familiares, o
porque nos impide amar a Dios sobre todas las cosas, o porque nos encierra en
un mundo pequeño que no deja espacio al compromiso por la justicia y por la
paz.
Ante tanto error y tanto daño, la virtud de la
prudencia nos lleva a reflexionar con más calma, a sopesar los pros y los
contras de cada decisión, y a considerar seriamente si lo que simplemente
‘parece’ bueno lo sea en realidad. Nos permite, en otras palabras, buscar aquel
bien realizable que mejor corresponda a los deseos más profundos de nuestro
corazón. De este modo, nos será más fácil acertar a la hora de escoger lo que
sea realmente bueno, y lo escogeremos siempre en un horizonte de magnanimidad
que nos abra al amor a Dios y al prójimo.
En segundo lugar, la prudencia nos ayuda a
descubrir y escoger los medios rectos para alcanzar nuestras metas. Porque no
basta con que el fin sea bueno para que ya automáticamente cualquier medio sea
correcto y eficaz.
¿Quiero curar a un enfermo? Puedo darle, por mi
cuenta, y sin ningún consejo, un coctel de medicinas. A las pocas horas el
pobre enfermo estará, seguramente, más cercano a la muerte que a la vida...
“Pero mi intención era buena”. “Sí, pero no pensaste con prudencia que lo mejor
en estos casos es acudir al médico...”
Por eso, antes de tomar una opción, necesitamos
pensar no sólo si es bueno lo que queremos hacer, sino también si los medios y
caminos escogidos para nuestro objetivo son correctos.
Nunca está de más recordar que necesitamos una
buena dosis de prudencia en las mil decisiones de la vida. Especialmente en las
decisiones que deciden nuestro futuro temporal y nuestro futuro eterno.
La Escritura, por eso, nos dice: “El hombre cauto medita sus pasos” (Pr 14,15). En un salmo se nos presenta
la actitud profunda de quien contempla en todo momento la Ley del Señor para
adquirir un corazón sensato y prudente: “Más
sabio me haces que mis enemigos por tu mandamiento, que por siempre es mío.
Tengo más prudencia que todos mis maestros, porque mi meditación son tus
dictámenes. Poseo más cordura que los viejos, porque guardo tus ordenanzas.
Retraigo mis pasos de toda mala senda para guardar tu palabra. De tus juicios
no me aparto, porque me instruyes tú” (Sal 119,98-102).
Así tenemos que vivir: en una meditación continua
de la ley del Señor. Que nos hará ser prudentes al permitirnos descubrir el
verdadero bien para nuestra vida. Que nos llevará a buscar, en un diálogo
continuo con el Espíritu Santo, la luz en cada una de las mil decisiones con
las que escribimos nuestra historia y la de tantos corazones que dependen de
nosotros. FP
No hay comentarios.:
Publicar un comentario