sábado, 2 de julio de 2022

El mundo como jaula…

En la medida en que la cultura de la desvinculación se apodera de nosotros y se extiende la idea de que la realización personal exige la satisfacción de los deseos hedonistas, narcisos y avariciosos, la percepción del mundo se va cerrando, los horizontes y ambiciones se vuelven pequeños y mezquinos, carentes de toda grandeza, porque la cultura hegemónica la condena como peligrosa. El resultado son seres humanos cada vez más atomizados; por una parte se consideran más libres para satisfacer sus impulsos, por otra cada vez son más dependientes de un Estado, de una burocracia de despersonalización a la que debe supeditarse para aspirar a su cota de bienestar. 
La paradoja es excesiva. En los años sesenta y setenta del siglo pasado se inició con entusiasmo social la ‘conquista del espacio’, hoy prácticamente detenida y limitada a la observación. El mundo es ahora más rico, mucho más, la tecnología ha dado un salto extraordinario, los conocimientos son mucho mayores, pero aquel impulso es casi una idea ‘friki’, y se considera un malgasto a pesar de que constituye un extraordinario motor del crecimiento económico. Cuando la ciencia abre horizontes inmensos nosotros nos encerramos en nuestra pequeñez. La pregunta es obligada: ¿por qué? Y aventuramos una hipótesis: en la medida en que Occidente se ha secularizado y pierde sentido de Dios, sus espacios vitales empequeñecen, al igual que lo hacen los ideales. Se reducen y fragmentan en miríadas de pequeñas satisfacciones híper individualistas, básicamente relacionadas con el ‘tener’ sexo y dinero; y que ambas cosas, sin límites, sean reconocidas por la sociedad. Son las políticas del deseo. 
Esto es así porque desaparece el sentido, de quién es el ser humano. Como escribe Marko Ivan Rupnic en ‘El Arte de la Vida’, el hombre es la unión entre lo divino y lo terrestre, y es a través del soplo de Dios que difunde la gracia en toda la creación, que lo necesita porque sin él todo lo creado gime y sufre, como dice San Pablo, esperando la redención. Sin el hombre, los seres vivos y las plantas, el universo crece sin sentido, se convierte en una casa muerta y mecánica, porque fuimos creados por Dios para crecer y multiplicarnos en todo el orbe conocido, y solo el ser humano puede nombrar a los minerales y seres vivos descifrando así la huella del Verbo grabada en ellos. El hombre -escribe Rupnik- “es la esperanza de recibir la gracia y de unirse a Dios… Si se encierra solo en el ‘más acá’ en lo material sin soplo del espíritu de Dios, se vuelve carne exangüe como dice San Irineo porque cierra al cosmos el camino para unirse a Dios, y también entonces, el cosmos primero y el mundo después, se van cerrando hasta convertirse en una cárcel para el ser humano”. 
El cristianismo es amor, justicia, y también llevar al hombre alienado, en el fondo cada vez más temeroso, la confianza en la gran aventura del vivir, la construcción de nuevos horizontes, que no tienen su límite en el planeta Tierra sino que nos piden lanzarnos más allá. FL

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