Una
vez que había creado las infinitas estrellas, la tierra con sus montañas,
mares, bosques y todo tipo de animales, Dios, según la Sagrada Escritura, formó
su obra culmen diciendo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y nuestra
semejanza, para que domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo,
sobre los ganados y sobre todas las bestias de la tierra y sobre cuántos
animales se muevan sobre ella”. (Gen 1,27)
A imagen de Dios no quiere decir que Dios tiene semejanza
física con el hombre. Dios no tiene piernas, manos canas ni una barba blanca.
Cuando la Biblia habla del hombre a imagen de Dios, se refiere al hecho de que
el hombre tiene un alma espiritual. Está por encima de los otros seres vivientes
que habitan en la tierra. El hombre no es una cosa, sino una persona. El
Hombre, por tanto, puede pensar; puede amar a otras personas; puede componer
una sinfonía; puede escoger el bien; todas las cosas que ni un perro, ni una
lagartija ni ningún otro animal puede hacer. Pero, aunque podamos hacer todas
estas cosas, debemos preguntarnos ¿por qué Dios nos hizo así?
Ciertamente Dios, que sabe todo, no necesita que nosotros
pensemos, ni que le toquemos alguna sinfonía, pues los ángeles cantan mucho
mejor que nosotros. La razón es que Dios nos ha hecho a su imagen para
conocerle y amarle. De todas las criaturas visibles, sólo el hombre es ‘capaz
de Dios’. De todas las cosas de este mundo, sólo el hombre está llamado a vivir
con Dios en el mundo más allá. Y siendo a Imagen de Dios, el hombre está
llamado a amar: primero a Dios y luego a todo el que tiene semejanza con Dios,
es decir, a cada persona humana, pues cada persona está hecha a imagen de Dios.
Santa Catalina de Siena, platicando con Dios un día sobre la
creación del hombre, exclamó: “Por amor lo creaste, por amor le diste un ser
capaz de gustar tu Bien eterno”. Cada uno de nosotros debe llegar a la misma
conclusión y decir a Dios: “Por amor me creaste a tu imagen para que yo sea
capaz de gustarte para siempre en el cielo”.
La imagen de Dios es Cristo. Él nos ha revelado cómo es Dios.
A la petición que Felipe hace a Jesús en la última cena de que “muéstranos al
Padre y nos basta”, Jesús replica: “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre,
¿cómo dices tú muéstranos al Padre? (Jn
14,8-11).
Por otro lado, cuando se dice que el hombre es imagen de
Dios, se quiere indicar con ello que tanto el hombre como Dios tienen algo en
común y es el conocimiento, el amor, la libertad; en otras palabras, el alma
del hombre es lo que lo hace semejante a Dios.
Sin embargo, por el pecado el hombre nace con una imagen
deformada. Cristo, al redimirnos, no solo rehízo esta imagen desfigurada por el
pecado, sino que nos ha dejado dones para embellecerla aún más: nos dejó la
gracia, a la Iglesia y en ella a los sacramentos. Por eso el momento de la
crucifixión es la mayor muestra de amor, de libertad. El hombre se conoce mejor
a esta luz. Y muchas realidades que eran incomprensibles como el sufrimiento
humano y la muerte se comprenden y aclaran gracias a que Cristo se encarnó, nos
redimió y resucitó. Por eso se comprende que al final del evangelio Jesús
ordene a los discípulos que vayan por todo el mundo y bauticen en nombre de la
Trinidad y enseñen lo que Él ha mandado (Mt
28, 19 y ss).
Se puede encontrar material sobre este tema en la Gaudium et
Spes Cap. 12 y 24, Nuevo Catecismo 356 y ss.
Dios es la fuente de todo bien, de toda vida, de todo amor,
de toda donación, de toda alegría. Nadie precede a Dios. La creación consiste
precisamente en el hecho de que Dios, cuando no había absolutamente nada, decidió
que las cosas existiesen. “Y vio Dios que era bueno”, como se repite 6 veces en
Gn 1.
Entre las criaturas ocupa un lugar especial el hombre, sobre
el cual Dios sopló su aliento, es decir, dejó una huella especial. El hombre es
imagen de Dios por ser espiritual, con capacidad para pensar y para amar, para
darse y para imitar, en la medida de sus posibilidades, la generosidad de un
Dios que no deja de amar, que no puede despreciar nada de lo que ha hecho,
porque es “amigo de la vida” (Sb 11,26).
No es correcto, por lo tanto, preguntar cuál es la imagen de
Dios, pues no existe nada anterior a él. Sin embargo, podemos descubrir algo de
su ‘rostro’ al ver a cada hombre, pues, desde que Cristo vino al mundo, todo
gesto de amor que hagamos al otro está hecho a Él (“a mí me lo hicisteis”, Mt 25,40). CG
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