El
relato de la resurrección de Lázaro es sorprendente. Por una parte, nunca se
nos presenta a Jesús tan humano, frágil y entrañable como en este momento en
que se le muere uno de sus mejores amigos. Por otra, nunca se nos invita tan directamente
a creer en su poder salvador: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en
mí, aunque muera, vivirá... ¿Crees esto?».
Jesús
no oculta su cariño hacia estos tres hermanos de Betania que, seguramente, lo
acogen en su casa siempre que viene a Jerusalén. Un día Lázaro cae enfermo, y
sus hermanas mandan un recado a Jesús: nuestro hermano «a quien tanto quieres»,
está enfermo. Cuando llega Jesús a la aldea, Lázaro lleva cuatro días
enterrado. Ya nadie le podrá devolver la vida.
La
familia está rota. Cuando se presenta Jesús, María rompe a llorar. Nadie la
puede consolar. Al ver los sollozos de su amiga, Jesús no puede contenerse y
también él se echa a llorar. Se le rompe el alma al sentir la impotencia de
todos ante la muerte. ¿Quién nos podrá consolar?
Hay
en nosotros un deseo insaciable de vida. Nos pasamos los días y los años
luchando por vivir. Nos agarramos a la ciencia y, sobre todo, a la medicina
para prolongar esta vida biológica, pero siempre llega una última enfermedad de
la que nadie nos puede curar.
Tampoco
nos serviría vivir esta vida para siempre. Sería horrible un mundo envejecido,
lleno de viejos, cada vez con menos espacio para los jóvenes, un mundo en el
que no se renovara la vida. Lo que anhelamos es una vida diferente, sin dolor
ni vejez, sin hambres ni guerras, una vida plenamente dichosa para todos.
Hoy
vivimos en una sociedad que ha sido descrita por el sociólogo polaco Zygmunt
Bauman como «una sociedad de incertidumbre». Nunca había tenido el ser humano
tanto poder para avanzar hacia una vida más feliz. Y, sin embargo, tal vez
nunca se ha sentido tan impotente ante un futuro incierto y amenazador. ¿En qué
podemos esperar?
Como
los seres humanos de todos los tiempos, también nosotros vivimos rodeados de
tinieblas. ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Cómo hay que vivir? ¿Cómo hay
que morir? Antes de resucitar a Lázaro, Jesús dice a Marta esas palabras, que
son para todos sus seguidores un reto decisivo: «Yo soy la resurrección y la
vida: el que crea en mí, aunque haya muerto, vivirá... ¿Crees esto?».
A
pesar de dudas y oscuridades, los cristianos creemos en Jesús, Señor de la vida
y de la muerte. Solo en él buscamos luz y fuerza para luchar por la vida y para
enfrentarnos a la muerte. Solo en él encontramos una esperanza de vida más allá
de la vida. JAP
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