El 14 de abril, Día
Mundial de la Enfermedad de Chagas, se conmemora la primera identificación del parásito causante de la
enfermedad, ésta fue instaurada en mayo de 2019 por la OMS para concientizar
sobre esta problemática sanitaria desatendida.
Esta enfermedad, potencialmente mortal, es provocada por el
microorganismo Trypanosoma cruzi, que se transmite al ser humano a través de
insectos conocidos en Argentina como vinchucas, transfusiones sanguíneas,
trasplantes de órganos, consumo de alimentos contaminados o durante la
gestación y el trabajo de parto.
Hasta hace poco, la enfermedad de Chagas era considerada un problema de
salud estrictamente latinoamericano, ya que se vinculaba directamente con la
distribución y densidad de varias especies de triatominos (vinchucas) en las
llamadas zonas endémicas. Actualmente, las migraciones humanas han transportado
el T. cruzi hacia regiones no endémicas, lo que ha transformado el perfil de la
problemática -ahora urbana y global, además de rural y latinoamericana-.
Se estima que entre 6 y 7 millones de personas se encuentran infectadas
en el mundo. Debido a su carácter silencioso, menos del 10% de los infectados
con T. cruzi recibe anualmente un diagnóstico oportuno y el tratamiento
correspondiente. Según la OMS, a largo plazo, hasta un 30% de los enfermos
crónicos desarrolla alteraciones cardíacas y hasta un 10% sufre alteraciones
digestivas, neurológicas o una combinación de ellas.
María del Pilar Aoki, investigadora del CONICET en el Centro de
Investigaciones en Bioquímica Clínica e Inmunología (CIBICI, CONICET-UNC),
subraya: «Hay evidencias de que el tratamiento actual no es efectivo cuando
está establecida la lesión cardíaca. Además, es muy largo, requiere altas dosis
y frecuentemente genera efectos adversos». El grupo que dirige, en colaboración
con otros institutos del CONICET, estudia posibles estrategias terapéuticas
para la etapa crónica, anterior al establecimiento de la cardiomiopatía, basadas
en sistemas portadores que permitan aumentar la eficacia del tratamiento y
disminuir la dosis y la frecuencia de la administración.
Recientemente, Aoki y su equipo obtuvieron un importante subsidio
internacional para realizar un estudio pionero sobre las respuestas del tejido
cardíaco a la infección con T. cruzi. «En trabajos previos, demostramos que los
cardiomiocitos (células del músculo cardíaco) participan activamente en la
respuesta inmunológica al parásito. Nuestro sistema inmune es responsable de
defendernos, pero también de producir inflamación crónica en las enfermedades
cardiovasculares. Como el tejido cardíaco tiene una importante función
fisiológica, por distintos mecanismos desactiva a las células de la defensa
permitiendo al parásito alojarse por años en el corazón, y favoreciendo la
inflamación. Ahora buscamos avanzar en el conocimiento de otros mecanismos
inmunológicos no explorados previamente», comenta la científica.
Las
vinchucas y los insecticidas, una carrera de armamentos
Debido a la ausencia de una vacuna y de un
tratamiento eficaz para las formas crónicas de la enfermedad de Chagas, el
control químico de los vectores es la principal herramienta para reducir su
incidencia. Este método, basado en el rociado de las viviendas y construcciones
aledañas con formulaciones insecticidas, ha logrado interrumpir la transmisión
vectorial del T. cruzi en muchos países de Latinoamérica. Sin embargo, el uso
indiscriminado de insecticidas ha propiciado el surgimiento y propagación de poblaciones
resistentes en distintas especies de insectos vectores de relevancia sanitaria.
Patricia Lobbia, investigadora del CONICET en la Unidad Operativa de
Vectores y Ambiente (UnOVE, CeNDIE, ANLIS-Malbrán), señala que desde la década
de los 80' se utilizan insecticidas piretroides para controlar a los
triatominos, ya que requieren una dosis cien veces menor que los
organofosforados y presentan baja toxicidad en mamíferos. Sin embargo, a partir
del año 2000 se detectaron altos niveles de resistencia a piretroides en
Argentina y Bolivia, constituyéndose en una de las principales causas de las
fallas en el control químico.
La científica explica el desarrollo de la resistencia como un proceso
microevolutivo: «Dentro de una población de insectos, algunos individuos tienen
mutaciones que confieren resistencia a los insecticidas. A su vez, cuando se
aplica insecticida, aquellos individuos que portan esas variantes genéticas
sobreviven y las transmiten a la siguiente generación. Las campañas de control
constan de dos ciclos: se realiza vigilancia y rociado en las viviendas
positivas a triatominos; luego de 6 meses, se vuelven a evaluar y, si hay
insectos vivos, generalmente se rocía insecticida de nuevo. Esto podría
profundizar la selección de aquellos individuos sobrevivientes, portadores de
las mutaciones resistentes». Según Lobbia, otros factores ambientales, como el
uso de piretroides en la actividad agropecuaria en los alrededores, potencian
los mecanismos de evolución de la resistencia.
Estudios realizados en la última década sobre Triatoma infestans (el
principal vector de T. cruzi en el país) demostraron la evolución de
resistencia a insecticidas en varias zonas de la distribución geográfica de la
especie, fundamentalmente en el norte de Salta y el noroeste de Chaco. Esto
puso en relieve la necesidad urgente de un plan de investigación e
implementación de estrategias para el monitoreo y manejo de la resistencia.
«En 2019, los especialistas del país se dieron cuenta de que la poca
información sobre la resistencia al control químico de otros vectores de
interés sanitario estaba disgregada y no se tenía en cuenta desde la Dirección
de Epidemiología. Entonces comenzó a gestarse la Red Argentina de Vigilancia de
la Resistencia a los Plaguicidas de uso en Salud Pública (RAReP), de la que
formamos parte desde la UnOVE-CeNDIE», comenta Lobbia.
Esta entidad, finalmente reglamentada en 2021, está conformada por un
comité científico-técnico que incluye organismos representados por los
ministerios de Salud y de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación, la
ANLIS-Malbrán, el CONICET, la Administración Nacional de Medicamentos,
Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT), y diferentes universidades nacionales.
«El objetivo principal de la RAReP -manifiesta la investigadora- es generar
y articular conocimientos científicos que sirvan para mejorar las estrategias
de control, que orienten el uso racional de los insecticidas y permitan bajar
la incidencia del vector». Actualmente, los miembros de la Red se encuentran
procesando información proveniente de puntos del territorio nacional, definidos
como ‘sitios centinela’, para detectar focos de resistencia.
En ese marco, la investigación principal de Lobbia echa luz sobre un
fenómeno poco conocido: la interacción entre la infección con T. cruzi y los
procesos toxicológicos asociados al uso de insecticidas en Triatoma infestans.
«No se sabía si el insecto resistente tiene la capacidad de infectarse con el
parásito, si la infección afecta los procesos toxicológicos con la dosis normal
de insecticida, y si estos mecanismos podrían tener un impacto sobre la
planificación del control vectorial», declara.
Sus resultados demostraron que los insectos resistentes pueden adquirir
el parásito, pero tienen menor capacidad de transmisión vectorial. Como explica
la especialista, el T. cruzi se transmite mediante la excreción que produce el
insecto luego de alimentarse de la sangre de una persona que, al rascarse,
introduce el parásito a su organismo. «Cuanto más rápido excrete la vinchuca,
mayor probabilidad de transmitir el T. cruzi. Las vinchucas resistentes a
insecticidas son más lentas para excretar, por lo que tendrían menor capacidad
vectorial».
En última instancia, los investigadores esperan encontrar alternativas a
los piretroides. «Estamos colaborando con gente del Centro Regional de Estudios
Genómicos (Grupo Vinculado al Centro de Endocrinología Experimental y Aplicada,
CONICET-UNLP), realizando análisis genómicos y transcriptómicos que permitan
conocer las mutaciones que confieren resistencia y su expresión ante procesos
toxicológicos. Sus resultados podrían allanar el terreno para desarrollar
insecticidas que inhiban los genes de resistencia y sean más eficaces en el
control del vector», asegura Lobbia.
Salud,
ambiente y sociedad: dimensiones entrelazadas
El abordaje de una problemática multidimensional
como el Chagas no puede ser exclusivamente entomológico o médico. Para quienes
participan en proyectos de visibilización comunitaria de la enfermedad como “¿De
qué hablamos cuando hablamos de Chagas?” (Entre los cuales hay muchos
profesionales del CONICET), la respuesta debe gestarse en un contexto social y
sanitario más amplio, que implique a los distintos niveles de gobierno y a
otros actores sociales interesados.
«Un ejemplo de ese enfoque es el proyecto de ciencia participativa
GeoVin, pensado por científicos del CONICET para aportar al territorio más allá
de sus investigaciones en laboratorio. Este equipo desarrolló una aplicación
para recopilar información sobre la distribución geográfica de triatominos, que
pueda servir de aporte a la vigilancia entomológica. La identificación de la
especie se realiza a partir de las fotos cargadas por los usuarios y la
aplicación comparte esa información con el Estado, lo que le permite brindar
una respuesta más rápida que por medios presenciales», manifiesta Lobbia.
La investigadora destaca la importancia de las acciones educativas como
parte integral de las estrategias de prevención: «En colaboración con el equipo
de GeoVin, estamos armando un catálogo o cartilla con información de distintas
especies de triatominos de Argentina, para ser usado por los agentes sanitarios
de campo y por escuelas. Por otro lado, desde la UnOVE (CeNDIE, ANLIS-Malbrán)
desarrollamos capacitaciones periódicas de actualización sobre identificación
de especies de triatominos, diagnóstico de la infección con T. cruzi,
resistencia a insecticidas y vigilancia entomológica. Están pensadas para
constituirse en un espacio de intercambio de conocimientos y experiencias sobre
las realidades locales de todo el país». BP
No hay comentarios.:
Publicar un comentario