Texto del Evangelio (Jn 6,44-51): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Nadie
puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré
el último día. Está escrito en los profetas: serán todos enseñados por Dios.
Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya
visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre. En
verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la
vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan
que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado
del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy
a dar, es mi carne por la vida del mundo».
«Yo soy el pan vivo,
bajado del cielo»
Comentario: Rev. D. Pere MONTAGUT i
Piquet (Barcelona, España)
Hoy cantamos al Señor de quien
nos viene la gloria y el triunfo. El Resucitado se presenta a su Iglesia con
aquel «Yo soy el que soy» que lo identifica como fuente de salvación: «Yo soy
el pan de la vida» (Jn 6,48). En
acción de gracias, la comunidad reunida en torno al Viviente lo conoce
amorosamente y acepta la instrucción de Dios, reconocida ahora como la
enseñanza del Padre. Cristo, inmortal y glorioso, vuelve a recordarnos que el
Padre es el auténtico protagonista de todo. Los que le escuchan y creen viven
en comunión con el que viene de Dios, con el único que le ha visto y, así, la
fe es comienzo de la vida eterna.
El pan vivo es Jesús. No es un
alimento que asimilemos en nosotros, sino que nos asimila a nosotros. Él nos
hace tener hambre de Dios, sed de escuchar su Palabra que es gozo y alegría del
corazón. La Eucaristía es anticipación de la gloria celestial: «Partimos un
mismo pan, que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, para vivir
por siempre en Jesucristo» (San Ignacio
de Antioquía). La comunión con la carne del Cristo resucitado nos ha de
acostumbrar a todo aquello que baja del cielo, es decir, a pedir, a recibir y
asumir nuestra verdadera condición: estamos hechos para Dios y sólo Él sacia
plenamente nuestro espíritu.
Pero este pan vivo no sólo nos
hará vivir un día más allá de la muerte física, sino que nos es dado ahora «por
la vida del mundo» (Jn 6,51). El
designio del Padre, que no nos ha creado para morir, está ligado a la fe y al
amor. Quiere una respuesta actual, libre y personal, a su iniciativa. Cada vez
que comamos de este pan, ¡adentrémonos en el Amor mismo! Ya no vivimos para
nosotros mismos, ya no vivimos en el error. El mundo todavía es precioso porque
hay quien continúa amándolo hasta el extremo, porque hay un Sacrificio del cual
se benefician hasta los que lo ignoran.
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