Sin duda en muchos ámbitos de la vida no sólo estamos acostumbrados a ver
todo de una determinada manera, sino además, esperamos que todo se haga de una
determinada forma, como si la cotidiana realidad en la que nos desenvolvemos
fuese absolutamente estable y predecible.
Difícil resulta escapar a esa rigidez mental, condicionados como estamos
por nuestra educación, nuestras tradiciones o el siempre machacante discurso de
la sociedad de la información. Pero, ¿cómo expresar nuestras auténticas
naturalezas, deshacernos de aquellos prejuicios, rutinas e influencias de toda
especie que nos bloquean mentalmente? La respuesta es simple: debemos
esforzarnos por cambiar el punto de vista, desplazarnos «lateralmente» para
ensayar diferentes percepciones, en otras palabras, comenzar a experimentar
nuestra latente inteligencia creadora.
La acción creadora en la
reeducación de la mirada
La palabra creatividad proviene del latín creare que significa engendrar,
producir, crear. Por tanto, la creatividad se refiere a algo en movimiento,
dinámico, no estático, que supone, además, algún tipo de realización o
concreción material. Por otro lado tenemos la palabra educación que proviene
del latín educare, que significa conducir, guiar, orientar; pero que,
semánticamente, recoge también desde un inicio la versión de educere que
encarna el hacer salir, extraer, dar a luz, lo cual se presenta claramente
ligado a la capacidad que el hombre tiene de adquirir y entregar nuevas
conductas a lo largo de su existencia.
La conexión entre ambos conceptos es directa: La necesidad de una cultura
creativa nos viene impuesta por un mundo en constante cambio. Las situaciones
nuevas nos obligan a crear respuestas antes desconocidas.
Visto así, el proceso creador es una dinámica de gran movimiento, en el que
se intercalan momentos de divergencia y convergencia, rupturas y
reconstrucciones, tensiones y distensiones, que hacen que éste sea, en general,
muy intenso desde el punto de vista de la actividad que despliega. Desde esta
perspectiva definimos creatividad como: la capacidad mental que interviene en
la generación de ideas originales aptas para establecer sensibilidad ante la
resolución de problemas y redefinición de experiencias.
Ahora bien, cuando realizamos un análisis en profundidad de la conducta
creadora, no nos estamos refiriendo a otra cosa que a la misma manifestación de
la creatividad que desarrollan una persona o un grupo de ellas.
La conducta creadora se enmarca en el ámbito de las «conductas integrativas»,
debido a que el ser humano siente, piensa, actúa y crea como un todo, y dentro
de este proceso se ve influenciado (desde un punto de vista sensible) a los
cambios que ocurren en el medio, lo que lo llevaría a ir ajustando el propio
cambio personal.
El universo que generan sus actitudes creadoras lo lleva no sólo a realizar
nuevas asociaciones integrando ideas y objetos, sino también, a aprender a
usarlos, con el fin de activar su mente y descubrir nuevas potencialidades.
La creatividad es una «conducta comunicativa» pues –a diferencia de las
conductas informativas– además de informaciones, también pretende transmitir
sentimientos y emociones; por tanto, se trata de una conducta «expresiva». En
este sentido, la mera expresión de un sentimiento, puede producir cambios
ambientales que pueden posibilitar reacciones emocionales en los observadores.
La rapidez y el vértigo del cambio permanente que caracteriza la época en
que vivimos, nos exige estar en constante transformación y adaptación en todos
los ámbitos de nuestra sociedad. Esta situación requiere de personas
especialmente originales, flexibles, tolerantes, con visión de futuro e
iniciativa, y dotadas de un profundo espíritu crítico, sobre todo para hacer
frente a los obstáculos de lo cotidiano. Ante este escenario, la creatividad
puede ser una poderosa herramienta, para modificar nuestra conducta ante nuevas
informaciones y desarrollar nuevas posibilidades frente a nuevos contextos,
ayudándonos, de paso, a conseguir mayores niveles de autoconfianza y
dependencia interna.
Hacia una educación de la
inteligencia creativa
Los desarrollos teóricos actuales señalan que todos los seres humanos
poseemos un potencial creativo en algún grado y podemos desarrollarlo con
diversa intensidad; sin embargo resulta difícil identificar una persona
creativa a priori, ya sea por un desconocimiento de las propias capacidades
creadoras, o por la inhibición que el sistema social ejerce sobre quienes
manifiestan conductas creadoras tales como proponer cambios, quejarse ante la
rutina o simplemente cuestionarse.
Ahora bien, cabe señalar que existe un acuerdo general respecto de que la
capacidad creadora puede educarse reforzando las capacidades internas, es
decir, que su desarrollo depende más de una trayectoria educativa y de un
ambiente propicio, que únicamente de una base genética.
E. de Bono (1991), considera que la creatividad es una actitud mental que
puede ser practicada hasta constituirse en un hábito como cualquier otro, de
modo que es posible educarlo, por tanto, la posibilidad de construir ambientes
y estrategias que la desarrollen es completamente factible.
Además, a través de los estudios de algunos investigadores se ha
determinado que no existe una correlación inteligencia-creatividad. El criterio
que prevalece es que las personas de gran inteligencia no necesariamente son
creadoras. Aunque las personas creadoras son inteligentes, no es un requisito
poseer un alto coeficiente intelectual, sino por el contrario, siguiendo el
planteamiento de Arieti (1993), podría ocurrir que una persona, a partir de un
exceso de confianza en sus procesos intelectuales, transforme a la autocrítica
en una máxima a obedecer sin dilaciones, anulando de esta forma una
multiplicidad de recursos internos, los cuales están relacionados mayormente
con la experimentación.
La búsqueda de la creatividad va más allá de restringir la propia acción a
un ámbito específico, pues, en un sentido más profundo, apunta a la realización
personal, partiendo de una apertura hacia la experiencia y permitiendo que ésta
nos hable directamente. De esta forma se avanzaría hacia lo que consideramos
debe ser la creatividad: una postura general, una actitud vital, un estilo de
vida. En palabras de Thoreau: «La gran mayoría de los hombres lleva una vida de
tranquila desesperanza…», entonces, ¿por qué resignarnos a ello? FNB
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