Pero la historia será de los mansos. Esta profecía, oculta en la tercera bienaventuranza, ha sido retomada en nuestro siglo tan inclemente y vuelta a lanzar también por los no cristianos, de nombre, pero igualmente herederos de la nueva mentalidad traída por Cristo, quien se ha definido a sí mismo “Manso y Humilde de Corazón”.
La piedad (dice Dostoiesvski) es la cosa más importante, quizá la única ley de la existencia humana, no es la mirada de superioridad compasiva, sino una forma de mirar con verdadera ‘simpatía’ o co-sufrimiento. Es una bondad copartícipe de los dramas de otros; es ternura interior, que se expresa en la decisión de no usar jamás la violencia con los otros. Es un proyecto de sufrir siempre en primera persona antes que hacer sufrir a los demás.
La mansedumbre incide, desarma, reconstruye. Es verdaderamente el arma formidable de los inermes, que se vende sólo con la fuerza del amor. El hombre manso es fascinante no en cuanto que aturde, sino en cuanto deja una huella.
La tercera bienaventuranza... ‘Bienaventurados los mansos’ (Mt 5,5) exige una potenciación de un proceso, porque es un andar a contracorriente empinada. El camino siempre en subida, aquí se hace más inaccesible. De hecho, como especificación de amor, pide una actitud para alcanzar el punto más alto; amar como Cristo nos ha amado.
Nosotros sabemos que las bienaventuranzas constituyen un manifiesto proclamado por Jesús. Él es el pacifico, el bendito manso, el Cordero: “he aquí el Cordero de Dios” (Jn 1,29), es la indicación de Juan el Bautista, según cuenta Juan el Apóstol, que era testigo ocular de la escena.
La visión del Apocalipsis es paradójica. El Cordero resucitado es el Señor dominador y salvador. Es “el cordero que hace de pastor” (Ap 7,17). La categoría bíblica de cordero implica la mansedumbre, el sacrificio para la salvación. La categoría de pastor incluye potencia para gobernar y guiar a la meta de Dios, sólo quien guía a la vida hace historia. El cordero incide y plasma. El lobo arrebata y pasa.
Mateo usa tres veces el adjetivo ‘manso’. En el primer caso lo aplica a los destinatarios de la tercera bienaventuranza, en los otros lo refiere a Cristo. Jesús se autodefine “manso y humilde de corazón” (Mt 11,28-30).
En realidad, la humilde mansedumbre del Maestro es una forma de misericordia, entendida como corazón vuelto a los míseros; y así, está orientada a cada hombre, que será siempre un pobre hombre, candidato a la extrema pobreza del ser que es la muerte.
La mansedumbre de Jesús, se nos revela como esperanza para todo tiempo, única salvación del hombre de hoy, aplastado por la duda, por la esclavitud, marginación, opresión política. La mansedumbre de Jesús es fortaleza para el hombre que se entrega confiado a él.
La no-violencia no es una táctica es una convicción. Emerge no de arroyitos desvanecidos, ni vive en atmósferas enrarecidas; es un comportamiento enérgico e incisivo. La violencia indica debilidad, tiende a considerar al hombre como objeto y no como sujeto, como medio y no como fin.
La no-violencia es manantial de acciones válidas por estar fundada sobre valores; es perdurable pues surge de la conciencia. Es una prueba de honestidad sin tapujos; en su raíz es decir ‘sí’ a la cultura de la posesión de sí mismo y del servicio.
Es la fe la que fortalece el entusiasmo y la energía para la lucha no violenta, la que sostiene los pasos vacilantes a la hora en que se hace más sutil la tentación de recurrir a la violencia.
El contexto de la célebre cita de Mateo, que habla de ofrecer al otro la mejilla, tiene también este sentido ampliado: no te opongas al malvado como adversario, sino resístele como benefactor; es decir, como hombre que promueve el bien y contribuye a actuario haciéndolo más hombre, cuando menos, dándole una oportunidad para ayudarlo en esta empresa.
Mansedumbre como Pedagogía
Otra condición para la mansedumbre es la amplitud de horizontes; el manso es entonces un proyectado; ante todo, más allá de sí mismo. Solo así se construye el verdadero sí mismo. El crecimiento del hombre sigue siempre la ley del boomerang en el mal y en el bien. Yo me hago hombre en la medida en que sé salir de las angustias de mi ser. Domingo Sabio, conversando con Don Bosco, el santo fundador de los salesianos, traducía inmejorablemente el mensaje de su maestro sobre la santidad con el amor al centro, en estos términos “He entendido: Debo ser como el fruto maduro, que tiene el hueso por dentro y la pulpa por fuera, debo ser duro conmigo mismo, tierno con los demás”.
Probar para creer, creer para probar
Hoy el hombre, -para usar una viva imagen de Pablo VI-, “Está armado por dentro”. Sólo con un pacto que desarme interiormente, se podrá esperar un desarme externo; el desarme interior se llama mansedumbre y dulzura. El externo, proyección del primero, se llama paz social y todos los demás planteamientos dependen de éste, de la enseñanza de hombres mansos como signo. Hemos subrayado que la bondad mansa no es una teoría: es una experiencia; la bienaventuranza de la mansedumbre no es un teorema, es un compromiso, es un don de Dios y una elección de vida. MdelCB
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