sábado, 15 de julio de 2023

El camino de la mansedumbre…

Nuestra sociedad está carac­terizada por la crueldad ha­cia los débiles y la cobardía delante de los fuertes. La sociedad vio­lenta con respecto a los más débiles ha perpetuado la lógica de Caín.

Pero la historia será de los mansos. Esta profecía, oculta en la tercera bienaventuranza, ha sido retomada en nuestro siglo tan inclemente y vuelta a lanzar también por los no cristianos, de nombre, pero igualmente herederos de la nueva mentalidad traída por Cristo, quien se ha definido a sí mismo “Man­so y Humilde de Corazón”.

La piedad (dice Dostoiesvski) es la cosa más importante, quizá la única ley de la existencia humana, no es la mirada de superioridad compasiva, sino una forma de mirar con verdadera ‘sim­patía’ o co-sufrimiento. Es una bondad copartícipe de los dramas de otros; es ternura interior, que se expresa en la decisión de no usar jamás la violencia con los otros. Es un proyecto de sufrir siempre en primera persona antes que hacer sufrir a los demás.

La mansedumbre incide, desarma, reconstruye. Es verdaderamente el arma formidable de los inermes, que se vende sólo con la fuerza del amor. El hombre manso es fascinante no en cuanto que aturde, sino en cuanto deja una huella.

La tercera bienaventuranza... ‘Bienaventurados los mansos’ (Mt 5,5) exige una potenciación de un pro­ceso, porque es un andar a contraco­rriente empinada. El camino siempre en subida, aquí se hace más inacce­sible. De hecho, como especificación de amor, pide una actitud para alcan­zar el punto más alto; amar como Cris­to nos ha amado.

Nosotros sabemos que las bienaventuranzas constituyen un manifiesto proclamado por Jesús. Él es el pacifico, el bendito manso, el Cor­dero: “he aquí el Cordero de Dios” (Jn 1,29), es la indicación de Juan el Bau­tista, según cuenta Juan el Apóstol, que era testigo ocular de la escena.

La visión del Apoca­lipsis es paradójica. El Cordero resucita­do es el Señor domi­nador y salvador. Es “el cordero que hace de pastor” (Ap 7,17). La categoría bíblica de cordero implica la mansedumbre, el sacrificio para la salvación. La categoría de pastor incluye potencia para gobernar y guiar a la meta de Dios, sólo quien guía a la vida hace historia. El cor­dero incide y plas­ma. El lobo arrebata y pasa.

Mateo usa tres veces el adjetivo ‘manso’. En el primer caso lo aplica a los destinatarios de la tercera bienaventuranza, en los otros lo refiere a Cristo. Jesús se autodefine “manso y humilde de corazón” (Mt 11,28-30).

En realidad, la humilde mansedum­bre del Maestro es una forma de mise­ricordia, entendida como corazón vuel­to a los míseros; y así, está orientada a cada hombre, que será siempre un pobre hombre, candidato a la extrema pobreza del ser que es la muerte.

La mansedumbre de Jesús, se nos revela como esperanza para todo tiempo, única salvación del hom­bre de hoy, aplasta­do por la duda, por la esclavitud, margi­nación, opresión po­lítica. La mansedum­bre de Jesús es for­taleza para el hombre que se entrega confiado a él.

La no-violencia no es una táctica es una convicción. Emerge no de arro­yitos desvanecidos, ni vive en atmósferas enrarecidas; es un comportamiento enérgico e incisivo. La violencia indica debilidad, tiende a considerar al hombre como objeto y no como sujeto, como medio y no como fin.

La no-violencia es manantial de ac­ciones válidas por estar fundada sobre valores; es perdurable pues surge de la conciencia. Es una prueba de ho­nestidad sin tapujos; en su raíz es de­cir ‘sí’ a la cultura de la posesión de sí mismo y del servicio.

Es la fe la que fortalece el entusiasmo y la energía para la lu­cha no violenta, la que sostiene los pasos vacilantes a la hora en que se hace más sutil la tentación de recurrir a la violencia.

El contexto de la célebre cita de Mateo, que habla de ofrecer al otro la mejilla, tiene también este sentido am­pliado: no te opongas al malvado como adversario, sino resístele como bene­factor; es decir, como hombre que pro­mueve el bien y contribuye a actuario haciéndolo más hombre, cuando me­nos, dándole una oportunidad para ayudarlo en esta empresa.

Mansedumbre como Pedagogía

Otra condición para la mansedum­bre es la amplitud de horizontes; el manso es entonces un proyectado; ante todo, más allá de sí mismo. Solo así se construye el verdadero sí mis­mo. El crecimiento del hombre sigue siempre la ley del boomerang en el mal y en el bien. Yo me hago hombre en la medida en que sé salir de las angus­tias de mi ser. Domingo Sabio, conver­sando con Don Bosco, el santo funda­dor de los salesianos, traducía inmejo­rablemente el mensaje de su maestro sobre la santidad con el amor al cen­tro, en estos términos “He entendido: Debo ser como el fruto maduro, que tiene el hueso por dentro y la pulpa por fuera, debo ser duro conmigo mismo, tierno con los demás”.

Probar para creer, creer para probar

Hoy el hombre, -para usar una viva imagen de Pablo VI-, “Está armado por dentro”. Sólo con un pacto que desarme interiormente, se podrá esperar un desarme externo; el desarme interior se llama mansedumbre y dulzura. El externo, proyección del primero, se lla­ma paz social y todos los demás plan­teamientos dependen de éste, de la enseñanza de hombres mansos como signo. Hemos subrayado que la bon­dad mansa no es una teoría: es una experiencia; la bienaventuranza de la mansedumbre no es un teorema, es un compromiso, es un don de Dios y una elección de vida. MdelCB

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