Dicen que en la unión esta la fuerza,
pero yo les digo que en la unión esta la verdad. Cuando somos capaces de
unirnos y ser uno solo en Cristo, entonces verdaderamente estamos viviendo
nuestra conversión. Cuando mis manos se convierten en el soporte del otro que
no lo deja caer y nos convertimos en protectores de los demás, entonces estamos
haciendo la voluntad de Dios.
En
la unión esta la fuerza, pero se necesita más que fuerza para ser funcionales.
Si hay fuerza pero no hay decisión, no hay buena intención, no hay amor,
tolerancia, colaboración, desprendimiento, entrega, convicción. De nada sirve
el que te unas, hace falta que esa unión venga acompañada de ciertos elementos
que darán credibilidad a esa unidad.
Cuando
te unes no busques un interés personal, sino que busca compartir el mismo
querer de Dios para todos. Si nos unimos sin Dios, no es unión, es oportunismo.
Necesitamos familias, amigos, matrimonios, cristianos, comunidades, ministerios
unidos, porque en la unidad es que nos creerán que somos de Cristo.
Ya
basta de buscar cada quien sus propios intereses, desde siempre recordemos que
la obra es de Dios y nadie puede vanagloriarse de tener algo que le pertenece a
Dios y que nos fue entregado para compartirlo. El amor y la misericordia, la
visión y los proyectos de Dios, se trabajan en unidad. Nadie deberá hacer nada
por su propia cuenta, todos debemos trabajar partiendo de la mano del hermano.
“Así pues yo, el prisionero por amor al Señor, les
ruego que, como corresponde a la vocación a la que han sido llamados, se
comporten con gran humildad, amabilidad y paciencia, aceptándose mutuamente con
amor. Preocúpense de conservar, mediante el vínculo de la paz, la unidad que es
fruto del Espíritu” (Ef 4, 1-3). JM
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