En los santos
evangelios, particularmente en el de san Lucas, se nos narra que Jesús después
de haber sido bautizado por Juan el bautista en el Jordán y de haber sido
tentado, en el desierto, por Satanás, fue a Nazaret donde se había criado y
como acostumbraba hacerlo los sábados, entró en la sinagoga. Estando allí, se
levantó para hacer la lectura y encontró el pasaje del profeta Isaías en el que
estaba escrito… ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para
anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado para proclamar la
liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los
oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor’ (Lc 4 16-19).
El Señor Jesús
se apropia estas palabras del profeta Isaías y las hace realidad en su
actividad misionera. Él anuncia de muchas maneras y a través de muchos gestos,
o ‘signos’ como leemos en el evangelio de san Juan, la llegada del Reino de
Dios. Jesús invita a sus interlocutores a entrar en la dinámica de este Reino
que Él predica y del cual da testimonio con su vida. Un Reino que en palabras
de san Pablo no es comida ni bebida sino justicia, paz y gozo en el Espíritu
Santo, valores que cuando el hombre los asume lo hacen grato a los ojos de Dios
y lo ponen en una relación de fraternidad y hermandad con los demás hombres,
sus hermanos (Rom 14 16-17).
En
consecuencia, el anuncio de la Buena Nueva a los pobres, la proclamación de la
libertad para los esclavos, el devolver la vista a los ciegos y proclamar que
ha llegado el tiempo en el que el mismo Dios por amor a los hombres, en su
propio Hijo y con la unción del Espíritu de Dios ha decidido abrazar a los
hombres para hacerles sentir su compasión y misericordia, son las coordenadas
específicas del Reino anunciado e inaugurado por Jesús y del mismo modo se
delinean, en palabras del evangelista san Lucas, los destinatarios de este
Reino.
En este sentido
son palabras llenas de alegría y esperanza, para nosotros los discípulos de
Jesús, aquellas que nos expresa el evangelio de san Mateo: ‘No son los sanos
los que necesitan el médico si no los enfermos. Vayan y aprendan los que
significa Misericordia quiero y no sacrificios. Porque no he venido a llamar a
los justos, sino a los pecadores’ (Mt 9
12-13). Dios ha venido por nosotros, los que somos pecadores, los que
estamos ciegos, los que vivimos pobres porque no buscamos los tesoros de
arriba, los que estamos ciegos y pretendemos guiar a otros ciegos. ‘No temas,
pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el
Reino’ (Lc 12 32). Dios nos ha amado
y nos ha salvado por el sacrificio de su propio Hijo y nos ha elegido para ser
las semillas de su Reino en este mundo. Y lo ha hecho de una manera inaudita
como lo expresa el mismo Jesús lleno de júbilo y del Espíritu Santo; ‘Yo te
alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a
sabios e inteligentes y se las has revelado a la gente sencilla (Mt 11 25).
Por otro lado,
la enseñanza de Jesús a sus discípulos que impedían a los niños acercarse al maestro
es paradigmática: ‘Él les dijo dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo
impidan, pues de los que son como ellos es el reino de los cielos’ (Mt 19 14). Son los pequeños, los
pobres, los débiles, los enfermos, los pecadores, los indefensos, los que
sufren en su cuerpo o en su espíritu, los despreciados, los perseguidos, los
humildes, los que confían, lo que permaneces fieles, los perseverantes, los
compasivos, los misericordiosos, los que lloran, los que tienen hambre, etc.,
los privilegiados de Dios y de su Reino.
Por último,
aunque las semillas del Reino inaugurado por Jesús aparentemente son pequeñas,
como la levadura que una mujer vierte sobre la masa, y al final termina
fermentándola toda o la semilla que el hombre siembra en su campo y sin que él
sepa como brota la planta, crecen los tallos y salen las hojas y al final
vienen los frutos; así cada uno de nosotros los discípulos de Jesús, el pequeño
rebañito suyo, estamos llamados a hacer presente ese Reino en el mundo. Donde
hay justicia ahí está presente el Reino, donde hay perdón ahí está presente el
Reino, ahí donde se defiende la verdad y la compasión ahí está presente, vivo y
actuando el Reino de Dios. JPH
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