En muchas ocasiones me ha pasado que cuando estoy haciendo oración me
distraigo mucho, mi mente comienza a pensar en otras cosas y dejo de prestarle
atención a lo que estoy haciendo en ese momento. Incluso, he pensado que es
mejor no seguir y abandonar la oración. ¿Te ha pasado? ¿Qué debemos hacer? Vamos a ver.
Primero habrá que distinguir
si nuestras distracciones son voluntarias o involuntarias. Las
últimas llegan solas, nacen en nuestra mente en cualquier momento; ya sea
cuando hacemos oración, al rezar el rosario o al participar de la Eucaristía.
Éstas no se pueden evitar y experimentarlas no significa pecar. Por otro lado,
las voluntarias, son aquellas a las que nosotros les abrimos las puertas,
queremos experimentarlas y las buscamos. No llegan por sí solas y como tal sí
nos apartan de Dios, por lo que llevan consigo una falta.
La Iglesia, a través del Catecismo en el número
2729, nos comparte algunos consejos para poder combatir nuestras distracciones:
1.-No las
persigas: Dice textual: “Dedicarse a perseguir las distracciones es
caer en sus redes”. Si nos proponemos analizar el porqué de su presencia
y profundizamos más y más en su origen, sin darnos cuenta habremos caído en la
trampa, pues nuestra mente terminará por centrarse totalmente en la distracción
y no en Dios.
2.-Vuelve
a tu oración: Si caímos presas de la
distracción será suficiente con re
direccionar nuestra mente y nuestro corazón a nuestra oración, a
ese momento de encuentro con el Señor.
El artículo que citamos del Catecismo también dice: “La distracción
descubre al que ora aquello a lo que su corazón está apegado”. Será
bueno entonces preguntarnos, cuando
hacemos oración, ¿la hacemos con el corazón y la mente puestos en el Señor o
sólo tenemos la mente más no el corazón? Podemos caer en el error
de que nuestra oración sea solamente repetir y repetir palabras como si fuera
un monólogo aprendido. Debemos también reconocer que en muchas ocasiones damos más importancia a las cosas del mundo
que a las de Dios.
Propongámonos fortalecer nuestro amor por Dios, que se encuentre libre de
toda preocupación o pensamiento que pueda apartarnos del encuentro con
Él. Antes de comenzar a orar,
pidamos con humildad que nos ayude a centrarnos en su presencia con la mente y
el corazón. Con nuestras propias palabras, las palabras del alma.
San Alfonso María de Ligorio escribe que “si tienes muchas distracciones durante la oración, puede ser que
al diablo le moleste mucho esa oración”, y ya lo creo, pues la
intención del enemigo es que nuestro encuentro con el Señor no se lleve a cabo,
que por las distracciones y pendientes del mundo nos olvidemos de nutrir
nuestra alma de Dios.
San Juan XXIII decía: “el peor
rosario es el que no se reza”. Aunque las distracciones siempre lleguen
a tu puerta y te hagan perder por un momento la concentración en tu oración, no
decaigas, vuelve a comenzar tu diálogo y aprovéchalas. Si quizás te distraes por alguna situación de
dolor o tristeza que estás viviendo, pídele con mayor intención al Señor, que
te haga experimentar la paz que tu corazón necesita. ARM
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