En la quietud del Jueves Santo, recordamos un acto de humildad que
resuena a través de los siglos: el lavado de pies. Este gesto, realizado por
Jesús en la última cena, no es solo una tradición, sino una invitación a la
reflexión sobre el servicio y la redención.
Un gesto
de humildad. Jesús, maestro y señor, se inclina ante sus
discípulos para lavarles los pies, un trabajo reservado para los esclavos. En
este acto, Él nos enseña la importancia de servir a los demás sin esperar nada
a cambio.
El servicio genuino busca el bienestar del otro sin buscar recompensas.
Jesús nos muestra que el verdadero liderazgo y amor se manifiestan en el
servicio humilde y desinteresado.
A menudo, nuestras acciones están motivadas por intereses personales.
Jesús nos invita a rechazar la tentación de servirnos a nosotros mismos y, en
cambio, a buscar el bien común.
El acto
de perdonar. Al lavar los pies de Judas, Jesús nos enseña
sobre el perdón incondicional. Incluso frente a la traición, Él ofrece amor y
redención.
Nos cansamos de pedir perdón, pero Jesús nunca se cansa de ofrecerlo. Su
misericordia es un recordatorio constante de que siempre hay espacio para la
gracia.
Cada uno de nosotros lleva cargas y secretos. Jesús nos alienta a
acercarnos a Él con confianza, sabiendo que Él está listo para perdonar.
La
oración del corazón. “Señor,
perdóname. Trataré de servir a los demás, pero Tú sírveme con tu perdón”. Esta
oración encapsula la esencia de la Semana Santa: un intercambio de servicio y
misericordia.
El perdón de Dios es absoluto y eterno. No importa la magnitud del
error, su compasión y perdón están siempre disponibles. Solo hay que acercarse
a recibirlo en el sacramento de la reconciliación.
Dios, el juez supremo, es también el redentor. Su juicio viene
acompañado de amor y la oportunidad de comenzar de nuevo. Cn
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