miércoles, 6 de febrero de 2013

Salmo 30


Salmo 30 – En tus manos encomiendo mi espíritu

++ En este Salmo se combinan una súplica confiada (vs. 2-l9) y un canto de acción de gracias (vs. 20-25).
++ En primer lugar, un hombre acusado y perseguido injustamente se pone en las manos de Dios (v. 6) y le ruega que lo salve.
++ Luego el mismo salmista expresa su reconocimiento al Señor, por haber experimentado la protección divina y verse libre de peligro.

1. CON ISRAEL
-El comienzo es la súplica de un acusado inocente, de un enfermo, de un moribundo, expuesto a la persecución: es un maldito, excluido de la comunidad, y "que produce miedo en sus amigos" porque se lo considera como embrujado por malos espíritus... Se huye de él como de un apestado... ¿Será su mal contagioso?
-Pero la parte final del salmo es la dulce oración de intimidad de un huésped de Yahveh: a pesar de las acusaciones injustas de que es objeto este moribundo, continúa cantando la felicidad de su vida de intimidad con Dios: "Me confío en Ti, Señor... Mis días están en tus manos... Tu amor ha hecho para mí maravillas... ¡Tú colmas a aquellos que confían en Ti!".

2. CON JESÚS
"Soy el hazmerreir de mis adversarios...". Fariseos, Escribas, bribones... se burlaban de Él. No se contentaron con matarlo, se ensañaron y lo envilecieron, entregándolo a los ultrajes humillantes de la soldadesca... El motivo mismo de la condenación era una burla de desprecio, escrita en tres idiomas: "Jesús Nazareno, ¡Rey de los judíos!".

3. CON NUESTRO TIEMPO
Habiendo puesto este salmo "en labios" de Jesús, hay que ponerlo "en nuestros propios labios", repetirlo por cuenta nuestra, y para el mundo de hoy. ¡Hay tantos enfermos, en los hogares y en los hospitales! ¡Tantos perseguidos, tantos despreciados, tantas personas consideradas como "cosas"! ¡Tantos aislados, abandonados! Pero vayamos hasta el fin del salmo, y repitamos también la acción de gracias.

A ti, Señor, me acojo: no quede yo nunca defraudado; tú, que eres justo, ponme a salvo, inclina tu oído hacia mí; ven aprisa a librarme, sé la roca de mi refugio, un baluarte donde me salve, tú que eres mi roca y mi baluarte; por tu nombre dirígeme y guíame: sácame de la red que me han tendido, porque tú eres mi amparo. A tus manos encomiendo mi espíritu:
Tú, el Dios leal, me librarás; Tú aborreces a los que venera ídolos inertes, Pero yo confío en el Señor; Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría. Te has fijado en mi aflicción, Velas por mi vida en peligro; No me has entregado  en manos del enemigo, has puesto mis pies en un camino ancho. Piedad, Señor, que estoy en peligro; que se consumen de dolor mis ojos, mi garganta y mis entrañas. Mi vida se gasta en el dolor; Mis años en los gemidos, Mi vigor decae con las penas, mis huesos se consumen. Soy la burla de mis enemigos, la irrisión de mis vecinos, el espanto de mis conocidos; me ven por la calle, y escapan de mí. Me han olvidado como a un muerto, me han desechado como a un cachorro inútil. Oigo el cuchicheo de la gente, Y todo me da miedo; Se conjuran contra mí Y traman quitarme la vida. Pero yo confío en ti, Señor, Te digo:”Tú eres mi Dios.” En tus manos están mis azares: Líbrame de los enemigos que me persiguen; Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, Sálvame por tu misericordia. Qué bondad tan grande, Señor, Reservas para tus fieles, Y concedes a los que a ti se acogen A la vista de todos. En el asilo de tu presencia los escondes De las conjuras humanas; Los ocultas en tu tabernáculo, Frente a las lenguas pendencieras. Bendito el Señor, que ha hecho por mi Prodigios de misericordia En la ciudad amurallada. Yo decía en mi ansiedad: “Me has arrojado de tu vista; Pero tú escuchaste mi voz suplicante Cuando yo te gritaba. Amad al Señor fieles suyos; El Señor guarda a sus leales, Y a los soberbios les paga con creces. Sed fuertes y valientes de corazón, Los que esperáis en el Señor.

MI VIDA EN TUS MANOS
Me siento feliz al decir estas palabras: «Tú eres mi Dios; en tus manos están mis azares». Se me quita un peso de encima, descanso y sonrío en medio de un mundo difícil. «Mis azares están en tus manos». ¡Benditas manos! ¿Y cómo he de volver a dudar, a preocuparme, a acongojarme pensando en mi vida y en mi futuro, cuando sé que está en tus manos? Alegría de alegrías, Señor, y favor de favores.
«Mis azares». Buena suerte, mala suerte; altos y bajos; penas y gozos. Todo eso es mi vida, y todo eso está en tus manos. Tú conoces el tiempo y la medida, tú sabes mis fuerzas y mi falta de fuerzas, mis deseos y mis limitaciones, mis sueños y mis realidades. Todo eso está en tu mano, y tú me amas y quieres siempre lo mejor para mí. Esa es mi alegría y mi descanso.
Que esa fe aumente en mí, Señor, y acabe con toda ansiedad y preocupación en mi vida. Desde luego que seguiré trabajando por mis «azares» con todas mis fuerzas y con toda mi alma.
La paz ha vuelto a mi alma desde que yo he aprendido las benditas palabras: «Tú eres mi Dios; en tus manos están mis azares».

Señor, Dios leal, tú nos librarás como salvaste a tu hijo: infunde en nuestros corazones la certeza de nuestra liberación; nos acogemos al asilo de tu misericordia y esperamos en ti.

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