sábado, 23 de febrero de 2013

Salmo 47


Salmo 47 – Himno a la Gloria de Dios

El Salmo 47 es un canto en honor de Sión, "la ciudad del gran rey" (Sal 47, 3), entonces sede del templo de Señor y lugar de su presencia en medio de la humanidad. La fe cristiana lo aplica ya a la "Jerusalén de arriba", que es "nuestra madre" (Ga 4, 26).
Este salmo tiene dos partes:
● La primera es una gozosa celebración de la ciudad santa, la Sión victoriosa contra los asaltos de los enemigos, serena bajo el manto de la protección divina (cf. vv. 3-8). Se trata de una especie de letanía de definiciones de esta ciudad: es una altura admirable que se yergue como un faro de luz, una fuente de alegría para todos los pueblos de la tierra
● La segunda parte del Salmo (cf. vv. 10-14). Después del gran canto de alabanza a Dios fiel, justo y salvador (cf. vv. 10-12), se realiza una especie de procesión en torno al templo y a la ciudad santa (cf. vv. 13-14). Sión es el espacio de una cadena ininterrumpida de acciones salvíficas del Señor, que se anuncian en la catequesis y se celebran en la liturgia, para que perdure en los creyentes la esperanza en la intervención liberadora de Dios.
● En la antífona conclusiva, es muy bella una de las más elevadas definiciones del Señor como pastor de su pueblo: "Él nos guiará por siempre jamás" (v. 15).
Este vibrante poema  es una expresión de fe y de confianza en el Señor, cuya presencia en el Templo de Sión hacía de Jerusalén la “Ciudad de Dios” (v. 9) y era una garantía de seguridad para Israel (v. 4).
Los vs. 5-8 parecen ser la representación poética de todos los peligros que podían amenazar a la Ciudad santa, y que ella debía desafiar confiadamente, porque el Señor era su baluarte inexpugnable.
Los versículos finales (l3-l5) son un canto procesional, dirigido a los peregrinos que iban a Jerusalén con motivo de las grandes festividades (Éxodo 23. l4-l7).

Grande es el Señor y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios, su monte santo, altura hermosa, alegría de toda la tierra: el monte Sión, vértice del cielo, ciudad del gran rey; entre sus palacios, Dios descuella como un alcázar. Mirad: los reyes se aliaron para atacarla juntos; pero, al verla, quedaron aterrados  y huyeron despavoridos; Allí los agarró un temblor y dolores como de parto; como un viento del desierto, que destroza las naves de Tarsis. Lo que habíamos oído lo hemos visto en la ciudad del Señor de los ejércitos, en la ciudad de nuestro Dios: que Dios la ha fundado para siempre. Oh Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo: como tu renombre, oh Dios, tu alabanza llega al confín de la tierra; Tu diestra está llena de justicia: el monte Sión se alegra, las ciudades de Judá se gozan con tus sentencias. Dad la vuelta en torno a Sión, contando sus torreones; fijaos en sus baluartes, observad sus palacios, para poder decirle a la próxima generación: "Este es el Señor, nuestro Dios." El nos guiará por siempre jamás.

LA CIUDAD DE DIOS
Sión es Jerusalén, la de la tierra y la del cielo, la patria del Pueblo de Dios, la Iglesia, la Tierra Prometida, la Ciudad de Dios. Me regocijo al oír su nombre, disfruto al pronunciarlo, al cantarlo, al llenarlo con los sueños de esta patria querida, con los paisajes de mi imaginación y los colores de mi anhelo.
«Grande es el Señor, y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios».
Me deleito en mi sueño de la ciudad celeste, y luego abro los ojos y me enfrento al día, dispuesto a recorrer en trajín necesario las calles de la ciudad terrena en que vivo. Veo callejuelas serpenteantes y rincones sucios, paso al lado de oscuros edificios y tristes chabolas, me mezclo con el tráfico y la multitud, huelo la presencia pagana de la humanidad sin redimir,
Y luego vuelvo a abrir los ojos. También esta ciudad mía, con sus callejones angostos y su atormentado pavimento, fue creada por Dios, es decir, fue creada por el hombre que había sido creado por Dios, que viene a ser lo mismo. Dios vive en ella, en el silencio de sus templos y en el ruido de sus plazas. También es ésta la Ciudad de Dios, porque es la ciudad del hombre, y el hombre es hijo de Dios.
Este descubrimiento alegra mi vida y me reconcilia con mi existencia urbana durante mi permanencia en la tierra. ¡Bendita sea tu Ciudad y mi ciudad, Señor!
«Dad la vuelta en torno a Sión, contando sus torreones; fijaos en sus baluartes, observad sus palacios, para poder decirle a la próxima generación: `Este es el Señor nuestro Dios'. El nos guiará por siempre jamás».

Señor, digno de alabanza, lo que habíamos oído en Sión lo hemos visto en tu Iglesia, fundada por tu hijo; te pedimos, pues, que nos hagas dignos también de contemplar la gloria de la futura Sión.

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