lunes, 18 de febrero de 2013

Salmo 42


Salmo 42 – Hasta tu morada

Privado del templo y desterrado en tierra pagana, un levita expresa sus actuales tormentos, debido a las burlas vejatorias de los paganos que le rodean.
Suplica la victoria sobre sus perseguidores y la suprema alegría de volver a encontrar a Dios en los esplendores litúrgicos del templo, para terminar en acto de confianza serena en Dios, su Salvador.
Con este salmo, podemos elevarnos a una tranquila esperanza y poner nuestra causa en Dios, que reserva para sí la venganza sobre nuestros enemigos.
En el salmo 42 el salmista se dirige a Dios y le suplica que lo defienda contra los adversarios. Repitiendo casi literalmente la invocación anunciada en el salmo anterior (cf. Sal 41, 10), el orante dirige esta vez efectivamente a Dios su grito desolado: "¿Por qué me rechazas? ¿Por qué voy andando sombrío, hostigado por mi enemigo?" (Sal 42, 2).
Con todo, expresa la certeza del regreso a Sión para volver al templo de Dios. La ciudad santa ya no es la patria perdida, como acontecía en el lamento del salmo anterior (cf. Sal 41, 3-4); ahora es la meta alegre, hacia la cual está en camino.
Es muy elocuente la secuencia de las etapas de acercamiento a Sión y a su centro espiritual.
  ► Primero aparece "el monte santo", la colina donde se levantan el templo y la ciudadela de David.
  ► Luego entra en el campo "la morada", es decir, el santuario de Sión, con todos los diversos espacios y edificios que lo componen.
   
► Por último, viene "el altar de Dios", la sede de los sacrificios y del culto oficial de todo el pueblo.
  ► La meta última y decisiva es el Dios de la alegría, el abrazo, la intimidad recuperada con él, antes lejano y silencioso.
Entonces el Salmo se transforma en la oración del que es peregrino en la tierra y se halla aún en contacto con el mal y el sufrimiento, pero tiene la certeza de que la meta de la historia no es un abismo de muerte, sino el encuentro salvífico con Dios.

Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa contra gente sin piedad, sálvame del hombre traidor y malvado. Tú eres mi Dios y protector, ¿por qué me rechazas?, ¿por qué voy andando sombrío, hostigado por mi enemigo? Envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada. Que yo me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegría; que te dé gracias al son de la cítara, Dios, Dios mío. ¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas? Espera en Dios, que volverás a alabarlo: “Salud de mi rostro, Dios mío”

EL DIOS DE MI ALEGRIA
Dame el don de la alegría, Señor. Lo necesito para mí y para mis hermanos. No es ésta una petición egoísta para mi satisfacción propia, sino una necesidad profunda, a un tiempo social y religiosa, de comunicar a otros tú presencia con el sacramento de tu alegría en la sinceridad de mi corazón.
Este mundo resulta triste para muchos con sus preocupaciones y su miseria, sus luchas y sus tensiones. Sólo tu presencia, Señor, puede dispersar esa melancolía y hacer que el resplandor de tu alegría brille, como el reventar de la aurora, sobre el desierto de la vida.
Todo el mundo desea la felicidad, Señor, y si ven la felicidad en las vidas de los que te siguen y profesan servirte, vendrán a ti para obtener ellos mismos lo que han visto en los que te siguen.
Al pedir alegría no me escapo de sufrimientos y pruebas. Conozco la condición del hombre sobre la tierra, y la acepto con pronta fe. Lo que pido es que, en medio de esas pruebas y sufrimientos que forman parte del ser hombre, tenga yo la serenidad y la fuerza de mantenerme firme y avanzar con confianza, para que incluso en mis horas de dolor pueda yo ser testigo del poder de tu mano.
¡Dios de mi alegría! Esas son mis credenciales. Tu alegría me da derecho a hablar, a convencer y a vivir.
«Envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada. Que yo me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegría».

Señor Dios, acompáñanos en esta gran peregrinación de la vida, haznos sentir el dolor de la ausencia y pon en nuestros corazones la esperanza del encuentro.

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