domingo, 10 de febrero de 2013

Salmo 34


Salmo 34 – Súplica contra los perseguidores injustos

«Pelea, Señor, contra los que me atacan»

Ante la acusación de falsos testigos (v. 11), un hombre inocente expone su causa al Señor y le pide que acuda en su defensa (vs. 1-3).
El salmista se siente defraudado por la ingratitud de sus adversarios, que lo persiguen sin motivo (v. 7) y le devuelven mal por bien (vs. 12-16).
Su oración incluye la promesa de dar gracias a Dios públicamente por los beneficios recibidos (vs. 18, 28).
► En medio del conflicto entre los injustos poderosos y el justo debilitado, entre los injustos exploradores y el pobre indigente que clama, Dios se presenta como juez y como guerrero: acusa a los acusadores del justo, combate a los que lo combaten.
► En el Nuevo Testamento, Jesús está siempre de parte de quienes claman por la justicia. Es más, él vino para cumplirla plenamente (Mt 3, 15) y afirmó que el Reino es de los pobres en el espíritu y de los perseguidos a causa de la justicia (5, 3. 10). Jesús liberó a todas las personas que clamaban y que estaban oprimidas por diversos motivos.
► El salmo 35 es un salmo de súplica individual ante una terrible injusticia. Si Dios no hace justicia, el justo acabará muriendo a causa de las mentiras de los injustos. Tal vez nosotros no pasemos nunca por una situación semejante; pero esto no quiere decir que no podamos rezar este salmo. Entonces ¿cuándo podemos rezarlo? Es un salmo que conviene rezar en la solidaridad con las personas y grupos que luchan por la justicia y que reciben amenazas de destrucción por parte de los poderosos.

Pelea, Señor, contra los que me atacan, guerrea contra los que me hacen guerra; empuña el escudo y la adarga, levántate y ven en mi auxilio; di a mi alma: "yo soy tu victoria". Y yo me alegraré con el Señor, gozando de su victoria; todo mi ser proclamará: "Señor, ¿quién como tú, que defiendes al débil del poderoso, al pobre y humilde del explotador?". Se presentaban testigos violentos: me acusaban de cosas que ni sabía, me pagaban mal por bien, dejándome desamparado. Yo, en cambio, cuando estaban enfermos, me vestía de saco, me mortificaba con ayunos y desde dentro repetía mi oración. Como por un amigo o por un hermano, andaba triste;  cabizbajo y sombrío, como quien llora a su madre. Cruelmente se burlaban de mí, rechinando los dientes de odio. Pero, cuando yo tropecé, se alegraron, se juntaron contra mí y me golpearon por sorpresa; se laceraban sin cesar. Señor, ¿cuándo vas a mirarlo? Defiende mi vida de los que rugen, mi único bien, de los leones, y te daré gracias en la gran asamblea, te alabaré entre la multitud del pueblo. Que no canten victoria mis enemigos traidores, que no hagan guiños a mi costa los que me odian sin razón. Señor, tú lo has visto, no te calles, Señor, no te quedes a distancia; despierta, levántate, Dios mío, Señor mío, defiende mi causa. Que canten y se alegren los que desean mi victoria, que repitan siempre: "Grande es el Señor" los que desean la paz a tu siervo. Mi lengua anunciará tu justicia, todos los días te alabará.

«YO SOY TU SALVACION»
Ya sé que eres mi salvación, Señor, pero quiero oírlo de tu boca. Quiero el sonido de tu voz, el gesto de tus manos. Quiero escucharte en persona, ver cómo te diriges directamente a mí y recibir en mi corazón el mensaje de esperanza y redención: «Yo soy tu salvación».
Una vez recibido el mensaje, confío en verlo hacerse realidad en las penosas vicisitudes de mi vida diaria. En concreto, Señor, sálvame de aquellos que no me quieren bien. Los hay, Señor, y el peso de su envidia entorpece los pasos de mi alegría. Hay gente que se alegra si me sobreviene la desgracia, y se ríen cuando tropiezo y caigo.
«Cuando yo tropecé, se alegraron, se juntaron contra mí y me golpearon por sorpresa»
No pretendo quejarme de nadie, Señor; allá cada cual con sus intenciones y con su conciencia; pero sí que siento a veces en mí y alrededor de mí la fricción, la tensión, la sospecha que endurece los rostros y enfría las relaciones.
Arranca de mi corazón toda amargura y hazme amable y delicado para que mi conducta invite también a la amabilidad y delicadeza de parte de los demás y cree un clima de acercamiento dondequiera que yo viva o trabaje.

«Entonces me alegraré en el Señor, y gozaré con su salvación».

Dios defensor nuestro, Cristo, nuestro hermano, puso en tus manos su causa, y tu respuesta fue resucitarlo a la vida: fíjate en tu iglesia, atacada por un mundo que rechaza la salvación por ella ofrecida, y hazla participar de la victoria de Cristo sobre la muerte.

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