viernes, 8 de febrero de 2013

Salmo 32


Salmo 32 – Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor

Este himno es una invitación a celebrar la omnipotencia de la Palabra de Dios, puesta de manifiesto en la creación del mundo (vs. 1-9), y a reconocer el designio divino que dirige todos los acontecimientos, en especial el destino del Pueblo elegido (vs. 10-12).
La frustración de los planes de las naciones (v. 10) no es más que el reverso de esa solicitud universal de Dios, siempre dispuesto a eliminar los obstáculos que se oponen a los designios de su Providencia.
Pero Dios no está presente únicamente en los grandes acontecimientos de la historia, sino que penetra en el corazón de cada hombre y vela sobre los detalles más pequeños de la vida cotidiana (vs. 13-15, 18-19).

1. CON ISRAEL
La poesía hebrea utiliza constantemente el paralelismo: los versos van siempre de dos  en dos. El segundo retoma la idea del primero. Ejemplos:
1. El Señor frustró los planes de las naciones, 2. Y aniquiló los proyectos de los  pueblos.
1. El Señor hizo los cielos con su palabra, 2. Y el universo con el soplo de su boca.

2. CON JESÚS
El Señor vela, "para preservarnos de la muerte". ¡Sólo la resurrección de Jesús realiza  plenamente este programa, este "proyecto" de su corazón de Dios! "Dichosa la nación cuyo  Dios es el Señor". Las Bienaventuranzas.

3. CON NUESTRO TIEMPO
Es necesario personalizar este salmo, en nuestra propia vida y en nuestro propio estilo: alabar... Creer en el poder de Dios... Creer que Dios interviene "hoy y siempre en los  acontecimientos contemporáneos..." "hacerse pobre": la "mirada de Dios" sobre nosotros es  una defensa más segura que todos los medios del poder humano.

Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos. Dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas; cantadle un cántico nuevo, acompañando los vítores con bordones: Que la palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales; el ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra. La palabra del Señor hizo el cielo;
el aliento de su boca, sus ejércitos; encierra en un odre las aguas marinas, mete en un depósito el océano. Tema al Señor la tierra entera, tiemblen ante El los habitantes del orbe: porque El lo dijo, y existió, El lo mandó y surgió. El Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos; pero el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón, de edad en edad. Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que El se escogió como heredad. El Señor mira desde el cielo, se fija en todos los hombres; Desde su morada observa a todos los habitantes de la tierra: El modeló cada corazón, y comprende todas sus acciones. No vence el rey por su gran ejército, no escapa el soldado por su mucha fuerza, nada valen sus caballos para la victoria, ni por su gran ejército se salvan. Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. Nosotros aguardamos al Señor: El es nuestro auxilio y escudo; con El se alegra nuestro corazón, en su santo nombre confiamos. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.

LOS PLANES DE DIOS
«El Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos; pero el plan del Señor subsiste por siempre; los proyectos de su corazón, de edad en edad».
Estas palabras me tranquilizan, Señor, como han de tranquilizar a todos los que se preocupan por el futuro de la humanidad. Leo los periódicos, oigo la radio, veo la televisión, y me entero de las noticias que día a día pesan sobre el mundo. «Los planes de las naciones», para destruirse, unas a otras.
«Los planes de las naciones» traen la miseria y la destrucción a esas mismas naciones, y nada ni nadie parecen poder parar esa loca carrera hacia la autodestrucción. ¿Cuándo parará esta locura?
«El Señor deshace los planes de las naciones». Esa es la garantía de esperanza que alegra el alma. Tú no permitirás, Señor, que la humanidad se destruya a sí misma. Es verdad que continúan los planes de las naciones para destruirse unas a otras, pero también continúa la vigilancia del Señor que aleja el brazo de la destrucción de la faz de la tierra. El futuro de la humanidad está a salvo en sus manos.
La victoria de Dios será, en último lugar, la victoria del hombre y la victoria de cada nación que a sus planes se acoja. Los planes de Dios son el comienzo sobre la tierra de una eternidad dichosa.
«El plan del Señor subsiste por siempre; los proyectos de su corazón, de edad en edad». La historia de la humanidad en manos de su Creador.

Oh Dios que mereces la alabanza de los buenos, que miras desde el cielo y te fijas en los hombres; que aceptemos sobre nosotros tu plan de salvación y que anunciemos a los descreídos la riqueza insondable que es Cristo, salvación de todos los pueblos.

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